El pasado 19/2/2012, en Alerta Digital, su redacción ponía en la red
este artículo que considero muy interesante y que vale la pena
compartirlo con vosotros. El llamado multiculturalismo o sociedad
multirracial como le llamo yo, es uno más de los zarpazos del marxismo y
de las élites dominantes para el control social, ahogando una sociedad
racialmente compacta y con las ideas claras, en un “melting pot”, donde
todo vale, donde todo se relativiza. Por ello y cada vez más, el racista
es aquel que aboga por que cada raza y cultura tenga su espacio en su
continente, defendiendo la suya y contra la colonización imparable y
provocada de otros pueblos y razas. El anti-racista es el que defiende
la mezcla de razas sin límite. De estos últimos, el conde Nikolaus
Coudenhove-Kalergi se sentiría muy orgulloso, ya que son los “tontos
útiles” que están llevando su plan, de los años 20, a la realidad. Pero
vayamos el artículo:
LTY.- El multiculturalismo no es una ideología política común, un
cuerpo de ideas basado en una teorías sociales y económicas más o menos
discutibles, una interpretación racional del hombre y su mundo sobre la
que se basa después un programa de reforma de la sociedad, sino
simplemente una creencia, casi una religión. Pues es evidente que el
multiculturalismo pertenece a la familia de las creencias religiosas.
Los adeptos de esta nueva religión son generalmente incapaces de
darnos una explicación coherente de sus dogmas en mutación permanente:
los propagadores de esta “buena nueva”, que anuncia el Edén terrenal a
corto plazo y para siempre, tanto hablan de integración como de
intangibilidad de las culturas, tanto de mestizaje como de preservación
de las diferencias, tanto de “igualdad” como de “diferencia”, tanto de
uniformidad como de diversidad, tanto de unidad como de pluralidad,
tanto del deber de solidaridad con el “Otro” como de la supuesta
necesidad que tendríamos de acogerlo, etc…
Pero desde el punto de vista
de la extensión del fenómeno, estas contradicciones y otras discusiones
de los teóricos del multiculturalismo no tienen ninguna importancia. Los
creyentes de esta nueva religión no las entienden.
Lo que estos retienen del multiculturalismo es únicamente la idea
fundamental de que nuestras sociedades hasta ahora mono-étnicas,
homogéneas racial y culturalmente, son sociedades imperfectas y que hay
que favorecer la implantación masiva de otras razas y culturas sobre los
suelos nacionales de las distintas patrias europeas para cambiar este
defectuoso estado de cosas. El discurso cambiante de los doctores de
esta iglesia, haciendo contorsiones dialécticas para adaptar su discurso
a la realidad que huye del catecismo imperante, no alcanza a la masa de
los sectarios de esta creencia. “Las masas siempre aceptan las
doctrinas en bloque y nunca evolucionan. Sus creencias revisten siempre
una forma muy simple. Implantadas fuertemente en unos cerebros
primitivos, estas permanecen inquebrantables durante mucho tiempo”.
Ningún apóstol ha dudado nunca del futuro de su fe, y los apóstoles
del multiculturalismo están persuadidos del triunfo próximo de la suya.
Una victoria tal implicaría necesariamente la destrucción de la sociedad
actual y su reconstrucción sobre otras bases. Nada aparece más sencillo
a los discípulos de los nuevos dogmas. Es evidente que se puede,
mediante la violencia, desorganizar una sociedad (y la invasión masiva
de nuestros días es la mayor violencia que haya sufrido Europa en toda
su historia). Se puede destruir en una hora un edificio construido en
mucho tiempo. ¿Pero podemos admitir que el hombre puede volver a
levantar a placer una organización destruida?
Para entender la influencia ejercida por el multiculturalismo e
incluso su aparente éxito cada día más visible en nuestras sociedades no
es necesario examinar sus dogmas. Cuando observamos las causas de este
éxito, constatamos que este es totalmente extraño a las teorías que esos
dogmas proponen o a las negaciones que imponen. Al igual que las
religiones, el multiculturalismo se propaga por otros motivos que por
razones. El multiculturalismo es muy débil cuando trata de discutir de
argumentos racionales, concretos, sacados de la realidad misma de las
cosas. Pero se fortalecen en el terreno de las afirmaciones, de los
ensueños y de las promesas quiméricas.
Gracias a esas promesas de regeneración de nuestras sociedades que
nos anuncia el nuevo orden basado en la cohabitación de grupos
diametralmente distintos cuando no opuestos e incompatibles, el
multiculturalismo llega a constituir una creencia con forma religiosa
antes que una doctrina basada en la razón. “La gran fuerza de las
creencias, cuando llegan a revestir esta forma religiosa, es que su
propagación es independiente de la parte de verdad o de error que puedan
contener”.
Cuando una creencia está fijada en las almas, su absurdo no aparece,
la razón ya no la alcanza. Sólo el tiempo puede desgastarla. Lo que ha
entrado en la esfera del sentimiento no puede ser ya tocado por la
discusión. Las religiones, que no actúan más que sobre los sentimientos,
no pueden ser socavadas con argumentos, y es por ello que su poder
sobre las almas siempre ha sido absoluto.
El multiculturalismo no viene a reemplazar la utopía socialista, ya
moribunda y fracasada. Es una nueva versión antes del descalabro final
de esa otra religión que cambia de aspecto según las épocas sin querer
desaparecer definitivamente. Los inmigrantes, o mejor dicho los colonos
de esta colonización en sentido inverso, se han convertido en el nuevo
proletariado cuya emancipación y triunfo han de regenerar la sociedad y
el mundo, creando el “hombre nuevo” que toda religión lleva en sí.
La quimera multiculturalista tendrá una vida mucho más breve que la
utopía socialista, y un fin mucho más dramático. “El socialismo proponía
unas esperanzas y era eso lo que hacía su fuerza.
Cada uno, según sus
propios sueños, sus ambiciones o sus deseos veía en el socialismo
aquello que los fundadores de la nueva fe no habían pensado siquiera en
poner en ella. Los pobres, bajo la carga de su dura labor entreveían
confusamente un paraíso luminoso en el que serían colmados de bienes a
su vez. La inmensa legión de descontentos esperaba que su triunfo sería
el mejoramiento de su destino… Es la suma de todos esos sueños y de
todos esas insatisfacciones y enojos, de todas esas esperanzas, lo que
daba a esa fe su incontestable fuerza”.
Derrumbado el socialismo bajo el peso de sus contradicciones y de las
realidades que no conocen de fantasías ni de credos, aparece el último
capítulo de esa larga serie de quimeras y utopías, que buscando la
felicidad universal de la humanidad, ha engendrado los monstruos más
sedientos de sangre y destructivos que la mente humana podía imaginar. A
aquellas equivocadas teorías económicas y sociales, al fracaso de un
concepto del hombre eminentemente materialista y huérfano de espíritu, y
como colofón a la historia del desvarío de los hombres, busca ahora
tomar el relevo el llamado multiculturalismo. Su triunfo no sería
simplemente el de una ideas nefastas (que pueden combatirse) o la
implantación de un régimen cualquiera (que se puede derrocar), sino la
suplantación por inmersión de unos pueblos europeos por otros no
europeos: un genocidio por sustitución. Se sale de las dictaduras o de
los malos gobiernos, se puede cambiar de régimen político o rechazar un
sistema económico cuando estos ya no dan más de sí y ni la fuerza ni la
coerción alcanzan ya para sostenerlos y perpetuarlos, sólo la muerte no
admite corrección ni ofrece alternativa.
Es la muerte de los pueblos europeos la meta última del
multiculturalismo. Esa muerte no vendrá con la desaparición física del
último europeo consciente de serlo, sino con la de su cultura, de su
modo de vida, de su mentalidad, de sus valores, de su espíritu, ahogados
bajo una caótica marea multirracial y multicultural. El
multiculturalismo no busca la victoria de lo que predica, es decir del
propio multiculturalismo, la utópica e irreal convivencia armónica y
provechosa entre diferentes razas y culturas en un mismo espacio,
celosas de sus particularismos culturales y sometidas a diferentes
códigos legales y morales. El multiculturalismo tiene como principal y
tal vez como único objetivo el aniquilamiento material y espiritual de
los pueblos europeos y el fin de sus culturas milenarias, el saqueo de
sus riquezas y la ocupación de su espacio, en suma el exterminio de la
civilización del hombre blanco y el retorno a la barbarie de los
primeros balbuceos de la humanidad. El multiculturalismo es, en
definitiva, el caballo de Troya de los enemigos de Europa y la cultura y
modo de vida de sus pueblos, una ideología de derribo para aniquilar
los pueblos blancos.
Ese credo, tan contrario a los intereses de aquellos mismos a quienes
se busca imponerlo, tan incompatible con la supervivencia y continuidad
de nuestras naciones, es tan absurdo y criminal que no puede progresar
predicando su ilógico catecismo sobre el conjunto de sus víctimas
necesarias. Es por eso que la invasión masiva y acelerada extra-europea
es fundamental para ese fin. Sólo una minoría de europeos se rendirán al
culto de la destrucción de sus patrias milenarias, el culto de su
propia muerte. Sin el concurso de las masas extranjeras ya presentes
sobre suelo europeo y de las que están en marcha para sumarse a esa
marea, el multiculturalismo no pasaría de ser una anécdota menor, una
extravagancia intelectual, una idea grotesca y sin porvenir, un “brindis
al sol”.
Es por ello que el multiculturalismo no puede triunfar, es decir
implantarse como sistema, más que sobre la base de unos enormes
contingentes no europeos que se impondrían por la fuerza de la cantidad a
las poblaciones autóctonas. No se puede esperar que los propios
europeos, de manera voluntaria y masiva abracen la causa de su propia
desaparición. Sin duda estos no lo harán en su mayoría, pero el tamaño
de las poblaciones extranjeras será dentro de poco de tal envergadura
que esta actuará como arma de intimidación y de amenaza sobre los
europeos. Cuando la relación demográfica entre nativos y alógenos se
trastoque de manera dramática, cuando se altere gravemente el equilibrio
entre ambas poblaciones, todavía ampliamente favorable al elemento
europeo, entonces aparecerá la violencia generalizada y sin freno contra
este último. Ese momento llegará incluso mucho antes de que las
poblaciones extra europeas sean mayoritarias en cada uno de los
distintos países de Europa.
Para esto bastará que haya en la percepción, en el ánimo de las
huestes colonizadoras (en algunos grupos étnicos y culturales más que en
otros) la sensación de que la víctima ya está entregada y sin defensa
posible, de que “el viento sopla a su favor” y las posibilidades de
éxito son, más que razonables, probables. Entonces empezarán las
agresiones sistemáticas y generalizadas, el asalto frontal y sin máscara
a nuestras patrias, en una lucha en la que nos jugaremos el ser o no
ser, la sumisión o la liberación, el fin o el renacer. No podemos prever
con exactitud cuando ni cómo llegará ese tiempo, pero todo indica que
ya estamos viviendo los prolegómenos de un conflicto terminal que
desembocará en guerra abierta probablemente en un futuro no demasiado
lejano. La cuenta atrás ya ha empezado y el tiempo corre en contra
nuestra.
Pareciera que llegados a ese punto, en que las incógnitas del tiempo
presente se han ido desvelando una tras otra y que el futuro no ofrece
ya dudas, todo un mundo fuera sin embargo incapaz de reaccionar y
aceptara desaparecer en silencio, sin sobresaltos ni rebeldía, dando por
inútil todo gesto de oposición y toda voluntad de resistir. La vida no
es un regalo gratuito sino una lucha permanente.
Quien no lucha perece,
quien se entrega desaparece. No hay ideología ni creencia que pueda
sustituirse a las leyes inmutables de la naturaleza. El crimen de
soberbia contra el orden natural de las cosas conlleva un castigo de
extraordinaria severidad. Los pueblos europeos no tardarán en
experimentar las terribles consecuencias de sus perversos despropósitos y
sus insensatas transgresiones. La rueda de la Historia ha empezado a
girar y nada de lo que digamos o hagamos podrá detenerla ya. La fruta
pronto estará madura. Lo peor es seguro, el desastre es inevitable. La
utopía multicultural estaba destinada al baño de sangre desde su
comienzo.
Este es el artículo. Espero vuestra opiniones a un tema tan candente.
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