“El temor de Himmler por liberar a las mujeres judías con su correcta designación era algo característico. Eso reflejaba las diferencias de opinión entre Hitler y Himmler que Schellenberg me indicó esa mañana. Incluso si Himmler ciertamente aún tenía poder en ese momento, probablemente no quería problemas por los judíos. Schellenberg también indicó, de todas formas, que la posición de Hitler había sido completamente subordinada”.
“Los temas de política general también aparecieron durante la conversación. Himmler dejó que su odio por los bolcheviques rondase libremente al estilo nazi. Recuerdo algunas declaraciones: ‘Los americanos verán que hemos servido como un muro protector contra el bolchevismo. Hitler estará e la historia como un gran hombre porque ha dado al mundo la solución socialista nacional, la única forma socio-política que se ha demostrado contra el bolchevismo…’ En todo ese tiempo sólo mencionó el nombre de Hitler en una ocasión”.
“Los soldados americanos y británicos se infectarán del espíritu bolchevique y causarán malestar social en sus países. Las masas alemanas están tan radicalizadas, cuando el socialismo nacional cae, fraternizarán con los rusos, cuyo poder se incrementará aún más como resultado. En Alemania habrá hambruna hasta Otoño e Invierno”.
"Aquí añadió, tras un momento de silencio, como para sí mismo ‘Habrán dificultades que no podrán se ignoradas; se necesitará una gran sabiduría para reconstruir el mundo. Los americanos han ganado su guerra; la competencia industrial alemana ha sido destruida para varias décadas. SE nos pide la rendición incondicional. Ni hablar. No tengo miedo a morir. En Francia, el orden ha reinado bajo nuestra ocupación, a pesar de que sólo 2.000 policías alemanes estaban destinados allí. Todos tenían trabajo, todos tenían suficiente para comer. Triunfamos en crear orden y condiciones saludables en el distrito portuario de Marsella, algo que ningún gobierno francés había logrado. Entiendo a la gente que lucha por la libertad de su país. Nosotros nunca hemos sido condescendientes en utilizar métodos como los ingleses que ayudaron a los maquis franceses, lanzando paracaidistas con los uniformes equivocados o en ropa civil”.
“El conocimiento de Himmler de la lucha partisana vino algo más tarde. Sus palabras compasivas sobre los paracaidistas, me hicieron pensar en Holanda y Rotterdam en particular. La mendacidad de su argumento fue típica en toda la conversación”.
“La reunión duró exactamente dos horas y media. A las cinco de la mañana, Himmler se marchó en su coche. Todo el tiempo, con la excepción de los veinte minutos que estuve en otra habitación, estuvimos hablando. Estuve a solas con él durante media hora, un judío libre cara a cara con el temido y despiadado jefe de la Gestapo, que tenía cinco millones de vidas judías en su conciencia. Himmler usualmente hablaba con calma y no estalló incluso si yo tenía duras objeciones. A pesar de que controlaba su calma exterior, su nerviosismo era cada vez más evidente. Habló mucho. Lo que se reproduce aquí corresponde solamente a la parte más importante de la conversación; sólo he tenido en cuenta mis propias palabras cuando son indispensables para entender el curso de la conversación y las negociaciones”.
“Sin duda, Himmler era tan inteligente como educado, pero no era un maestro en el arte de la simulación. Su cinismo fue particularmente evidente cuando habló de los desastres que él creía que pasarían. Las palabras que le dijo a Kersten al marcharse fueron típicas ‘La parte valiosa del pueblo alemán caerá con nosotros; lo que le suceda al resto no tiene importancia’. En contraste con Hitler, también era racionalista en su relación con los judíos. Hitler tenía una marcada aversión contra ellos. Himmler no actuó por sentimientos. Permitió matar a sangre fría mientras vio que le servía para sus objetivos y podía haber escogido otro camino si hubiese sido más ventajoso para su política o para sí mismo”.
“¿Qué motivos podría tener Himmler para hacer esas pequeñas concesiones que hizo en los últimos meses de la guerra a nosotros? No pidió nada a cambio. Ciertamente no creía en ser capaz de salvar su propia vida con concesiones. Era demasiado inteligente para ello. Sabía muy bien que su listado de pecados era muy largo. Quizás quería aparecer desde una luz más favorable que los demás también responsables de los crímenes de Alemania. La débil argumentación en su defensa fue sorprendente. En ese momento, todo lo que pudo utilizar en su defensa fueron mentiras. Sin lógica en las construcciones, sin grandeza en los pensamientos que hasta un criminal podría tener, incluso si su moralidad violase la conciencia legal de la gente normal. ¡Sólo mentiras y excusas!”.
“Sólo fue fue coherente con su punto de vista cínico de que el fin justifica los medios. Que él era uno de los culpables de los asesinatos masivos de judíos, aparecía indirectamente de sus propias palabras. Recuerdo con seguridad que dijo, refiriéndose al número de judíos en Hungría ‘He dejado 450.000 allá”. Ya que no dio más información, uno puede pensar de esas palabras que él admitía una parte sustancial de la responsabilidad por el destino de los otros judíos húngaros. El número que dio de judíos que había dejado atrás en Hungría era erróneo o como mínimo muy exagerado”.
“Durante la conversación, Himmler no dijo de forma explicita que la guerra estaba perdida para Alemania, pero lo dejaba intuir en todo lo que dijo. Después de que Himmler se marchase, dormimos durante unas horas, o por lo menos lo intentamos. Mi tensión interior disminuyó. El trabajo ahora era llegar a Berlín lo antes posible y luego a Estocolmo para discutir las medidas a llevar a cabo sobre la evacuación aprobada con el Ministerio de Asuntos Exteriores sueco y la Cruz Roja”.
“A las diez fuimos a Berlín en coche. En el camino, vi la imagen que está fuertemente impresa en mi memoria; la gente en la calle. Vehículos en caravanas. Un coche lleno de viejos electrodomésticos puestos de cualquier manera antes de la huida. Entre la porquería mujeres, niños y gente mayor. Esta procesión rociaba de miseria humana de ciudad en ciudad, a la intemperie, lejos del frente. No se les permitía detenerse en ningún lugar; tras una corta parada para comer y beber, eran forzados a seguir su camino, perseguidos por el frente que avanzado y aviones en vuelos rasos. La misma imagen de miseria que hemos visto frecuentemente en fotos y en nuestras pensamientos: franceses, polacos, rusos, judíos huyendo de la soldadesca alemana, imágenes que eran acompañadas por el pueblo alemán aplaudiendo por la victoria”.
“Poco antes de Oranienburg, pasamos frente a largas columnas e hombres en ropa civil, seguido por guardias. Eran prisioneros del campo de concentración de Oranienburg, en ruta hacia el Norte, lejos del frente. Otra evacuación forzada porque los rusos avanzaban. ¡Mejor que obstruir las calles con esos transportes sin sentido, que agonizaba y ponía en peligro a las víctimas infortunadas, que entregar el botín!”. La proximidad del frente se hacia sentir. Se podía escuchar el retumbar de los cañones. Las calles estaban abarrotadas con vehículos de todo tipo. Nuestro coche fue detenido; debíamos llevar a heridos con nosotros. Pero nos permitieron seguir, la carretera estaba más libre y pronto llegamos a Berlín. Ahora vi la metrópolis a la luz del día. ¡Una visión fantasmagórica!. Un campo de ruinas de proporciones gigantescas”.
“Las fachadas de los edificios medio destruidas, el interior quemado. Otra intacta y habitable. Incluso antes de la batalla de Berlín, dos tercios de la ciudad se dijo que había sido destruida completamente, y que tres millones de personas aún seguían viviendo allí. Cómo y dónde es incomprensible. Durante todo el viaje a través de la ciudad no vi una sola tienda real. Frente a algunas casas, gente pobre y mal vestida estaban haciendo cola para comprar alimentos.
Había muy poco tráfico, pocos transeúntes y raramente un tranvía. Condujimos hasta la embajada sueca. El elegante barrio de Tiergarten había sido borrado. ¡Sólo la columna de la Victoria estaba intacta!. Tratamos de vernos con el Conde Bernadotte, pero no le encontramos en la embajada. Sabíamos que el Conde Bernadotte estaba cerca de Berlín porque quería verse con Himmler poco después de reunirse con nosotros. Fuímos hasta el edificio de la Gestapo al Oeste de Berlín y hablamos con uno de los empleados de Schellenberg, que controlaba los transportes de la Cruz Roja en nombre de Alemania. Dijo que sabía dónde estaba el convoy sueco: la evacuación de los escandinavos se había completado y estaban de camino a Alemania. Trató de ver al Conde Bernadotte para desviar la columna a Ravensbrück”.