domingo, 14 de diciembre de 2014

UNA CARTA EN EL ORIGEN DEL CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ (Editado originalmente el 14/10/2012)


Muchos piensan que el conflicto, guerra, enfrentamiento, odio o como queramos llamarle entre los judíos y los árabes es algo reciente. Que viene de la época de la primera crisis del petróleo en 1972. Nada más lejos de la realidad. El conflicto prácticamente empieza con una carta fechada el 2 de Noviembre de 1917 enviada por Arthur James Balfour, Ministro de Asuntos Exteriores británico, a Edmond Rothschild, presidente de la Federación Sionista de Gran Bretaña. Se la llama también la “Declaración de Balfour”, y dice lo siguiente:

Estimado Lord Rothschild: es con gran placer que envío a Vuestra Señoría, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judío-sionistas, que fue sometida y aprobada por el ministerio: El Gobierno de Su Majestad ve con agrado el establecimiento en palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando claramente entendido que nada debe ser hecho que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina (...). Sinceramente, Arthur James Balfour"

Arthur Koestler, autor y periodista británico de origen judío-húngaro, sentenció algo que define perfectamente este documento “una nación prometió solemnemente a una segunda nación el país de un tercero”. Se puede decir más alto, pero no más claro.

Debemos situarnos en el contexto histórico del momento: Inglaterra estaba exhausta y al borde del agotamiento total por la I Guerra Mundial, y dio curso a la “Declaración de Balfour” con la intención de obtener el apoyo judío en el conflicto europeo. Uno de los personajes clave de esta historia fue Chaim Weizman, profesor de química y luego primer presidente de Israel en 1948. Weizman descubrió  un método para fabricar TNT, se lo pasó a los ingleses y a la vez, estableció una gran amistad con el editor del “Manchester Guardian”, lo que fue decisivo para que Balfour escribiera su famosa carta. No todos los judíos de Inglaterra aplaudieron el documento. Edwin Samuel Montagu, el único judío en el gobierno británico de entonces, se opuso porque consideraba, acertadamente, que la declaración provocaría hostilidades.

Por su lado, también los árabes querían crear su gran estado árabe que abarcaría Palestina, Líbano, Jordania, Siria e Irak. Esta petición fue hecha por Husein ibn Ali, jerife de La Meca y gobernador de  Hiyaz, provincia otomana de la Península Arábiga, entre 1915 y 1916. Su interlocutor en este asunto fue Henry McMahon, alto comisionado británico en El Cairo. McMahon estuvo de acuerdo en otra misiva de la solicitud árabe según carta del 24 de Octubre de 1915, diciendo que “Teniendo en cuenta las excepciones apuntadas más arriba, Gran Bretaña está dispuesta a reconocer y sostener la independencia de los árabes en todas las regiones situadas en las líneas reivindicadas por el jerife de La Meca”.

Esto nos llevar a ver con toda claridad que Inglaterra prometió lo mismo a árabes y judíos, lo cual complica la cosa y más teniendo en cuenta a los solicitantes. Para acabar de rematarlo Londres se repartió con París, según el acuerdo Sykes-Picot, lo que Husein creyó que le habían prometido. Podemos preguntarnos si ¿Husein entendió bien al británico McMahon?. Las excepciones hechas por el inglés no quedaron claras en sus cartas y omitió intencionadamente el nombre de Palestina. Los árabes lo entendieron como una perfidia, pero Husein aceptó.

Este reparto de Oriente Medio entre Francia e Inglaterra también provocó el enfado de los norteamericanos y su presidente W. Wilson a la cabeza. Rápidamente, Wilson envió una comisión al mando de Henry King, rector universitario y Charles Crane un empresario, para realizar una consulta sobre el asunto a los árabes. Esta iniciativa americana fue bienvenida por los árabes hasta el punto que Faisal, hijo de Husein y futuro rey de Irak, bebió champagne por primera vez. Pero la alegría duró poco. La comisión americana recomendó la instauración de monarquías constitucionales en Irak y en una Siria que incluyese a Palestina y Líbano. La recomendación cayó en saco roto.

A la vista de lo sucedido, Washington se lavó las manos y dejó que las cosas siguiesen su curso. La Sociedad de Naciones hizo a Inglaterra “responsable de poner en práctica” la Declaración de Balfour”. La última ironía es que la famosa declaración fue una auténtica tortura para los británicos ya que primero estuvieron enfrentados a los palestinos y luego, por su interés en el petróleo de los árabes, con los judíos. La cosa llegó a tal punto que Londres renegó de la declaración  en 1939.

Un artículo en “The Economist” titulado “Israel Wasted Time” de Mayo de 2007, dudaba de su legalidad preguntando “¿Qué derecho tenían los británicos para prometer a los judíos, en 1917, un Hogar Nacional?”

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