Todos sabemos, ya que así nos lo han inculcado desde niños, que la II Guerra Mundial comenzó el 1 de Septiembre de 1939, cuando el Ejército Alemán invadió Polonia. Los motivos de esta guerra, según se asegura, eran las ansias militaristas y expansionistas de Hitler, que deseaba la conquista del mundo, empezando por la desgraciada Polonia. Una enorme cantidad de libros, películas, documentales, conferenciantes e historiadores así lo han repetido hasta la saciedad. ¿Quién podría discutir todo eso?
Sin embargo, hay algunas cosas que no encajan. Un ejemplo muy simple y
poco conocido es que más de la mitad del Ejército Alemán se hallaba
sujeto a un sistema de tracción hipomóvil (este hecho lo corrobora el
dato, sin ir más lejos, de que Alemania llegase a perder varios millones
de caballos durante toda la contienda). Querer conquistar el mundo, en
los años cuarenta, con un ejército que dependía en gran medida del
caballo era punto menos que imposible; una empresa condenada al fracaso
ya de antemano. ¿Y los temibles Panzers que vemos en los reportajes?
Básicamente eran los mismos modelos que los empleados durante la Guerra
Civil Española, es decir, los modelos PzKW I, II, III y algunos del tipo
IV, de los cuales sólo estos dos últimos modelos –III y IV– podían ser
considerados carros de combate de verdad en 1939, y para eso, del modelo
IV en cantidades disponibles más que insuficientes.
Tampoco Alemania contó con una flota aérea estratégica en ningún
momento de la contienda compuesta por bombarderos pesados de largo
alcance (no así los anglo-nortea-mericanos, que ya disponían desde el
principio de la guerra de tales aparatos). El limitado radio de acción
de los Heinkel He111 y de los Junkers Ju88, así como su carga de bombas
en las bodegas, eran claramente insuficientes para una guerra a escala
mundial. Su autonomía les permitía ir poco más allá de Londres, sin que
contasen con reservas de combustible suficientes como para mantenerse
sobrevolando las zonas elegidas como objetivo durante muy pocos minutos.
Si todo esto es cierto, el hecho de que Alemania no pensase en un
conflicto armado, ni siquiera a corto plazo, que lo es, entonces ¿por
qué empezó la llamada II Guerra Mundial? Para contestar a esta pregunta
es necesario remontarse a la I Guerra Mundial, haciendo hincapié, sobre
todo, en el nefasto Tratado de Versalles.
Tras el fín de la I Guerra Mundial –denominada también la Gran Guerra–, el 11 de Noviembre de 1918 se firmó el Armisticio de Compiègne en dicha ciudad, de lo que se de-duce que tal acción no llegue a traducirse en una rendición incondicional. Sin embargo, el 28 de Junio de 1919, acuciada por el hambre y la ocupación militar de parte de su territorio, Alemania accede a firmar el Tratado de Versalles, donde los vencedores le imponen unas durísimas condiciones de rendición sin respetar el Armisticio de Compiègne.
A este respecto, conviene tener en cuenta que Alemania no había sido vencida en el campo de batalla, y el hecho de que aceptase un armisticio fue debido a varias razones: la entrada de los Estados Unidos en la contienda podría dificultar considerablemente la victoria alemana, por lo que la posibilidad de ganar la guerra de forma rápida se convirtió en un objetivo muy difícil o lejano en el tiempo, en el mejor de los casos– de alcanzar. Y esa rapidez resultaba fundamental, entre otras motivos, para poder frenar la ofensiva bolchevique desatada en el interior de Alemania, encabezada por el judío Kurt Eisner –que pretendía establecer la República Soviética de Baviera– y los comunistas judíos Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, que con sus espartaquistas llegaron a convertir las calles de Alemania –y de Berlín en particular– en un auténtico infierno de constantes desórdenes protagonizados por luchas callejeras y asesinatos.
Ante este
panorama, la posibilidad de una guerra civil asomó en el horizonte, por
lo que el Ejército Alemán tenía que dedicarse plenamente a solucionar
los acuciantes problemas internos mencionados una vez hubiese concluido
la contienda.
Alemania solicitó el armisticio basándose en el programa de 14 puntos
del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, que proponía un
armisticio “sin vencedores ni vencidos”. El Estado Mayor Alemán pecó de
una ingenuidad casi infantil al creer en las promesas y en el honor de
sus antiguos enemigos del frente. Basten algunos ejemplos del Tratado de
Versalles: en primer lugar, Alemania es acusada de ser la causante de
la guerra. La suma total que Alemania debe pagar en concepto de
indemnizaciones y reparaciones de guerra asciende a un total de
132.000.000.000 de marcos-oro, al que se suma las deudas de guerra
belgas, que totalizan 5.600 millones más en oro. Estas cifras brutales
se traducen ya en aquella época en ¡cuatro veces las reservas mundiales
de oro!, constituyendo además ¡tres veces el valor de todas las
propiedades del país!
Se comprenderá entonces que resultará
prácticamente imposible llegar a pagar tal cifra, lo que condena al
hambre y al desastre a Alemania en su totalidad durante muchísimos años.
Se incauta también toda la flota de guerra así como la mercante, que no
han sido descontadas de la cifra anterior; el botín también incluye
patentes de muchos productos y avances técnicos, obras de arte, cientos
de fábricas desmanteladas totalmente por Francia, pillaje al por mayor y
11.000 millones de marcos, que es la cifra que suman los bienes de
Alemania en el extranjero. El Tratado de Versalles también impone la
entrega de más de 90.000 km2 de territorio alemán, que a partir de ese
momento pasa a formar parte de los países limítrofes con sus fronteras.
Estos territorios entregados a potencias enemigas incluyen más de
11.000.000 de alemanes, que de la noche a la mañana se encuentran con
que pertenecen a otros países.
Alemania y su poder militar son restringidos drásticamente a un
ejército de 100.000 hombres dotados únicamente de armas de mano y
artillería ligera, sin aviación y sin carros de combate. Esta acción
forma parte del desarme estipulado en el Tratado, que es aplicado
escrupulosamente a los alemanes; no así a las potencias vencedoras, que
según los términos del Tratado también deberían haberse desarmado, ya
que iba a tratarse de la “última guerra”. Evidentemente, no sólo se
incumplió totalmente esta cláusula, sino que los vencedores aprovecharon
la debilidad de la nación vencida para rearmarse muchísimo más.
Con respecto a los territorios entregados –sin contar las posesiones coloniales–, se puede hacer un balance como sigue:
- Alsacia-Lorena pasa a formar parte de Francia, con sus casi dos
millones de habitantes; también el distrito del Sarre –pese a que en la
consulta popular celebrada en 1933 todos sus habitantes votaran por
regresar al Reich–. Renania es ocupada manu miltari durante tres años
para controlar las materias primas.
- Memel es entregada a Lituania, con casi 150.000 habitantes.
- Schleswig del Norte pasa a formar parte de Dinamarca, con casi 200.000 habitantes.
- Malmedy, Moresnet, St.Vith y Eupen pasan a pertenecer a Bélgica, con casi 150.000 habitantes.
Sin embargo, se producen dentro de esta misma coyuntura un par de
casos curiosos: uno es Polonia y el otro Checoeslovaquia. Polonia era un
Estado inexistente desde finales del siglo XVIII (1795) y ahora es
resucitado de nuevo por Georges Clemenceau, que se muestra partidario de
castigar con la máxima dureza a Alemania con la intención de que ésta
se viese rodeada de países hostiles. En consecuencia, a Polonia se le
entregan territorios como Posen (con un par de millones de habitantes),
Alta Silesia (un millón de habitantes), parte de Prusia Occidental y
Dantzig (1.300.00 habitantes), Soldau y Sudaneu. Y a Checoeslovaquia, un
país totalmente inventado por el Tratado (téngase en cuenta que dicho
Estado era totalmente inexistente hasta antes de 1919), se le entrega el
territorio de los Sudetes, con casi tres millones y medio de
habitantes alemanes. Todo esto sin mencionar, como se ha dicho más
arriba, el expolio al que son sometidas todas las colonias alemanas en
África y Oceanía, que en su gran mayoría pasan a formar parte del
Imperio Británico. Es de suponer que en ningún caso se llegó a plantear
consulta democrática alguna a los habitantes de todos estos lugares para
comprobar si deseaban formar parte de otro país…
Las consecuencias de todo ello son unas hambrunas, miseria y crisis
como nunca se han visto en un país occidental. La República de Weimar,
que gobierna Alemania desde 1919 hasta 1933, se ve absolutamente incapaz
no sólo de controlar la situación, sino de aportar soluciones a sus
ciudadanos, cada vez más desesperados y con sus vidas plenamente
arruinadas. La especulación sobre la divisa alemana, su increíble
depreciación, así como la deuda desorbitada sobre su maltrecha economía,
acaban de dar la puntilla al país.
¿Qué se puede hacer? El pueblo alemán, como es lógico, desea un
cambio profundo. El acceso de Hitler al poder en 1933 mediante unas
elecciones democráticas celebradas en enero de ese mismo año cambia la
situación radicalmente. Hitler y su autoridad autocrática ponen en
práctica algo que recuerda mucho a Lincoln y sus Greenbacks, que no fue
otra medida más que la de crear su propio dinero y la impresión del
mismo. La diferencia con Lincoln y sus Greenbacks, ya que sólo podían
soñarlo, es que Hitler tiene un control absoluto de la economía y puede
aplicar los principios económicos sostenidos por Gottfried Feder,
alguien que llegó a impresionar profundamente a Hitler cuando éste,
perteneciendo temporalmente a la Inteligencia del Ejército Alemán tras
el fin de las hostilidades en 1918, asiste a un mitin que preside el
propio Feder.
Gottfried Feder sostiene que “el Estado debe crear y controlar su
suministro de dinero a través de un banco central nacionalizado, en
lugar de ser creado por bancos privados, a los cuales hay que pagar un
interés por la deuda del dinero solicitado por dicho Estado”. Este
principio sostiene como conclusión que la finanza esclaviza a la
población por la vía de usurparles el control estatal del dinero,
manteniéndoles en una deuda cada vez más impagable y creciente. Hitler
tuvo la oportunidad de aplicar estos criterios y demostró que
funcionaban, adoptando así la misma postura que el propio Abraham
Lincoln en su día, es decir, optando por crear su propio dinero en lugar
de someterse a la esclavitud financiera internacionalista.
A través de Hjalmar Schacht, máximo responsable de Hacienda y del
Banco Central Alemán, comienza la impresión de los Reichsmarks y se
empieza a aplicar el dinero a medidas gubernamentales necesarias para
Alemania, como la reparación de edificios públicos y privados, nuevas
construcciones (infraestructuras en general), carreteras, puentes,
canales, puertos, etc. Millones de personas pueden así empezar a ponerse
a trabajar rápidamente al tiempo que reciben su salario a través de
Certificados del Tesoro, que los trabajadores pueden descambiar por
productos y servicios, creando de esta manera más trabajo para más
gente. El nombre popular que adoptan estos certificados es el de “Dinero
Feder”; y no es que estuviesen libres de deuda; de hecho, se emitían
como bonos y el gobierno pagaba interés por ellos: pero a un nivel
sensato y sin poner en peligro la economía. Circulaban como dinero y
eran renovados indefinidamente, evitando la necesidad de préstamos de
las finanzas internacionales o pagándoles la deuda a esos terceros, lo
que constituía su gran negocio. Y llegados a este punto conviene dejar
bien clara una cuestión: todo este resurgimiento nada tiene que ver con
la industria militar o las grandes producciones destinadas al Ejército y
el rearme de Alemania, ya que este factor comenzó a ponerse en práctica
cuatro años más tarde: se trató de un proceso totalmente civil.
En resumen y en palabras de Hitler “La comunidad de la nación no vive
debido al valor ficticio del dinero, sino de la producción real que le
da el valor al dinero. La producción es la verdadera esencia de la
divisa y no un banco o una caja fuerte llena de oro”. Por ello decidió:
1) Rechazar los créditos extranjeros con intereses y posicionar la
divisa alemana en base a la producción y no al patrón-oro
2) Obtener
importaciones por el intercambio directo de mercancias, trueque, y
subsidiar las exportaciones sólo cuando fuese necesario
3) Paralizar
totalmente lo que se llamaba “libertad de intercambio”, es decir,
permitir jugar o especular en divisas y traspasar fortunas de un país a
otro en función de la situación política
4) Crear dinero cuando los
trabajadores y el material estuviesen disponibles para el trabajo, en
vez de entrar en la deuda por solicitud de préstamos. Estos cuatro
puntos daban de lleno en la línea de flotación de la finanza
internacional que dependía de créditos y deuda a las naciones
necesitadas. La medida de Hitler representaba la ruina absoluta del
sistema financiero basado en la deuda continua e impagable.
Esta amenaza a la finanza apuntaba directamente a los Estados Unidos
ya que ese país manejaba una gran cantidad del suministro mundial de oro
y porque su sistema de producción masiva necesitaba imperiosamente la
exportación de un 10% de sus productos para evitar el desempleo. El
asunto es tan grave que seis meses después de que Hitler fuese nombrado
canciller, Samuel Untermyer, un rico y muy influyente abogado judío de
Nueva York y presidente de la World Jewish Economic Federation, proclamó
públicamente una “guerra santa” de los judíos contra el Nacional
Socialismo y llamó al boycott de los productos alemanes, navieras,
transportes y servicios. Es famosa la portada del Daily Express
amenazando que “Judea declara la guerra a Alemania”. La fecha: 24 de
Marzo de 1933.
Cordell Hull, el Secretario de Estado, bajo los términos del Acta de
Acuerdo de Comercio de 1934, insistió que “el comercio exterior
americano no podía ser amenazado por controles de intercambio,
monopolios gubernamentales o por el sistema de trueque”. En 1936 Winston
Churchill le dijo al general norteamericano Robert E. Wood que
“Alemania se está haciendo demasiado fuerte y debemos aplastarla”. Y
Bernard Mannes Baruch, judío y consejero presidencial, le dijo al
general George C. Marshall “Vamos a castigar al tipo ese, Hitler. No se
saldrá con la suya”. Evidentemente hablaban del sistema de trueque y el
daño que hacía al sistema financiero.
Así, en tan sólo dos años, el problema del desempleo desaparece en
Alemania (cuando Hitler accede al poder había en esos momentos 6.047.000
desempleados) y el país vuelve a su cauce, encontrándose con una divisa
fuerte, estable y sin inflación, en un momento en el que los Estados
Unidos, por ejemplo –así como otros países occidentales fuertemente
endeudados– millones de personas se encuentran desempleadas. Alemania
logra restaurar su comercio exterior, a pesar de que se le niegan los
créditos y se enfrente a un fuerte boycot en el extranjero. Pero
Alemania consigue superar todos estos obstáculos mediante el trueque:
intercambia maquinaria y productos manufacturados diversos por materias
primas de otros países, sin entrar así en el área restrictiva de los
bancos internacionales: el sistema de trueque o cambio directo se halla
libre de deuda y sin déficits comerciales. El experimento económico
alemán, al igual que el de Lincoln, tuvo una vida corta, pero dejó
pruebas perdurables de su buen funcionamiento, como por ejemplo las
famosas Auto-bahn, el primer sistema de autopistas de verdad en el
mundo, puesto en práctica a comienzos de la década de los treinta.
Hitler hace caso omiso, de esta forma, del sistema económico mundial
vigente, basado en el patrón-oro, y comienza con gran éxito a exportar
su sistema a otros países que también desean valerse del método del
trueque para poder huir así de la deuda. De esta forma, comienza a
convertirse no sólo en un serio estorbo para el sistema financiero
mundial, sino que demuestra que actuando de esta manera se puede salir
del sistema económico británico, esto es, pedir créditos estatales a
bancos privados basados en el patrón-oro. Hay pruebas de ese peligro y
así lo afirma el Dr. Henry Makow, un prestigioso investigador
canadiense, que cita el interrogatorio al que es sometido C.G.Rakovsky,
uno de los instigadores del Bolchevismo e íntimo de Trotsky, en los
famosos juicios celebrados en Moscú en 1938. Éste afirma que “Hitler se
tomó el privilegio de fabricar dinero, y no sólo dinero físico, sino
también financiero. Puso en marcha la intocable maquinaria y la puso a
trabajar en beneficio del Estado… ¿Puede usted imaginarse lo que podía
haber sucedido… si hubiese infectado a otros Estados y traído la
creación de un período de autarquía? Si puede, imagine entonces sus
funciones contrarrevolucionarias”.
Lo que dice C.G.Rakovsky nos lleva también ante Lincoln y sus
Greenbacks, y la editorial que hizo “The London Times” previniendo que
si los Greenbacks de Lincoln “no eran destruidos ese gobierno proveería
con su propio dinero, es decir, sin coste ni deuda. Pagaría la deuda y
estaría sin deuda. Dispondría entonces de todo el dinero nece-sario para
llevar adelante su comercio. Se convertiría en próspero más allá de
cual-quier precedente en la Historia de los gobiernos civilizados del
mundo”. Evidente, tal como se entiende hoy la naturaleza del mundo
financiero, tales medidas constituirían una amenaza tal para la banca
que había que pararlas como fuese, lo que se tradujo en que le costase
la vida a Lincoln: el reto que proponía era insostenible.
En su libro “Billions for the Bankers, Debt for the People” (1984),
Sheldon Emry afirma que la increible y vertiginosa ascensión de
Alemania, sumida en la más absoluta bancarrota hasta llegar a
convertirse en una indiscutible potencia mundial de primer orden
–recuperando así el status anterior a la I Guerra Mundial– fue debida a
la decisión de imprimir y controlar su propio dinero. El autor remarca
que “Alemania no sólo financió sin oro y sin deuda su gobierno al
completo y los costosísimos seis años de guerra –desde 1939 hasta 1945–,
sino que hizo falta todo el mundo capitalista y comunista pusieran su
más absoluto empeño y se empleasen a fondo para volver a destrozar el
poder alemán en Europa y conseguir poner de nuevo a Europa bajo la bota
de lo banqueros. Esta historia del dinero ni siquiera aparece en los
textos de las escuelas públicas en la actualidad”.
También hay que señalar que cuando Hitler accedió democráticamente al
poder en 1933, al margen de sus políticas económicas, en octubre de ese
mismo año se retiró de la Liga de las Naciones, y además para asegurar
el flanco del este, el 6 de Enero de 1934 pactó un tratado de paz con
Polonia para los siguientes 10 años. Este país había sido neutralizado
en parte cuando la Unión Soviética se unió a la Liga. Después, cuando el
plebiscito del Sarre dictaminó que este territorio volvía a Alemania el
16 de Marzo de 1934, Hitler rechazó la limitación de armamentos del
Tratado de Versalles, justificándolo por la amenaza que representaba el
enorme Ejército Rojo muy cerca de sus fronteras.
Hitler y como conclusión, llegó al poder con dos objetivos muy
claros: la rectificación del injusto Tratado de Versalles y la
destrucción de la amenaza comunista a Alemania. Curiosamente y en contra
de la mitología creada por los grandes medios, Hitler no tenía ni
planes, ni deseos de una larga guerra de conquista. El profesor AJP
Taylor lo demuestra en su libro “The Origins of the Second World War”,
con el consiguiente desagrado del establishment político profesional
occidental. Taylor dice claramente que “El nivel armamentístico alemán
de 1939, nos da la prueba decisiva de que Hitler no contemplaba una
guerra general, y que seguramente tampoco deseaba la guerra” (pag. 267),
e “Incluso en 1939, el ejército alemán no estaba equipado para una
guerra prolongada. En 1940, las fuerzas terrestres alemanas eran
inferiores al ejército francés en todo, excepto en el liderazgo” (pag.
104-105). Lo que ocurrió en Europa entre 1939 y 1941 fue el resultado de
una debilidad imprevista de la que Hitler supo sacar partido. Francia e
Inglaterra declararon la guerra a Alemania el 3 de Septiembre y no al
revés. Sin embargo y curiosamente, no se la declararon a Rusia que
también entró en Polonia, como acertadamente vuelve a decir el profesor
Taylor.
Estas situaciones poco conocidas por el gran público y sobre todo la
económica, son ya de por sí una buena razón para provocar la guerra de
1939. Iniciar una guerra es un asunto complejo, sin duda, que depende en
gran medida de múltiples y diversas variables, aunque la económica, con
mucho, viene siendo, desde hace ya unas cuantas décadas, la más
importante de todas. Y como dice Stephen Zarlenga en su libro “The Lost
Science of Money”, las razones para una guerra son amplias, pero postula
de una que no se encuentra en los libros de Historia: la económica. El
autor nos dice: “Quizás se esperaba que Alemania buscase préstamos
basados en el patrón-oro internacional, lo que se hubiese traducido
indefectiblemente en control externo sobre sus políticas domésticas.
Pero la decisión alemana de poner hábilmente en práctica otras
alternativas al patrón-oro, significaba que los financieros
internacionales no hubiesen podido ejercitar su control a través del
patrón-oro… todo lo cual podía conducir a controlar a Alemania a través
de una guerra provocada a tal fin”. Juzguen ustedes mismos.
Por cierto y como pequeño detalle, la I Guerra Mundial fue iniciada
por Rusia al penetrar sus tropas en territorio alemán, Prusia Oriental,
antes de la declaración de guerra.
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