lunes, 8 de diciembre de 2014

¿POR QUÉ EMPEZÓ LA II GUERRA MUNDIAL? (Editado originalmente el 30/12/2010)


Todos sabemos, ya que así nos lo han inculcado desde niños, que la II Guerra Mundial comenzó el 1 de Septiembre de 1939, cuando el Ejército Alemán invadió Polonia. Los motivos de esta guerra, según se asegura, eran las ansias militaristas y expansionistas de Hitler, que deseaba la conquista del mundo, empezando por la desgraciada Polonia. Una enorme cantidad de libros, películas, documentales, conferenciantes e historiadores así lo han repetido hasta la saciedad. ¿Quién podría discutir todo eso?

Sin embargo, hay algunas cosas que no encajan. Un ejemplo muy simple y poco conocido es que más de la mitad del Ejército Alemán se hallaba sujeto a un sistema de tracción hipomóvil (este hecho lo corrobora el dato, sin ir más lejos, de que Alemania llegase a perder varios millones de caballos durante toda la contienda). Querer conquistar el mundo, en los años cuarenta, con un ejército que dependía en gran medida del caballo era punto menos que imposible; una empresa condenada al fracaso ya de antemano. ¿Y los temibles Panzers que vemos en los reportajes? Básicamente eran los mismos modelos que los empleados durante la Guerra Civil Española, es decir, los modelos PzKW I, II, III y algunos del tipo IV, de los cuales sólo estos dos últimos modelos –III y IV– podían ser considerados carros de combate de verdad en 1939, y para eso, del modelo IV en cantidades disponibles más que insuficientes.

Tampoco Alemania contó con una flota aérea estratégica en ningún momento de la contienda compuesta por bombarderos pesados de largo alcance (no así los anglo-nortea-mericanos, que ya disponían desde el principio de la guerra de tales aparatos). El limitado radio de acción de los Heinkel He111 y de los Junkers Ju88, así como su carga de bombas en las bodegas, eran claramente insuficientes para una guerra a escala mundial. Su autonomía les permitía ir poco más allá de Londres, sin que contasen con reservas de combustible suficientes como para mantenerse sobrevolando las zonas elegidas como objetivo durante muy pocos minutos. Si todo esto es cierto, el hecho de que Alemania no pensase en un conflicto armado, ni siquiera a corto plazo, que lo es, entonces ¿por qué empezó la llamada II Guerra Mundial? Para contestar a esta pregunta es necesario remontarse a la I Guerra Mundial, haciendo hincapié, sobre todo, en el nefasto Tratado de Versalles.

Tras el fín de la I Guerra Mundial –denominada también la Gran Guerra–, el 11 de Noviembre de 1918 se firmó el Armisticio de Compiègne en dicha ciudad, de lo que se de-duce que tal acción no llegue a traducirse en una rendición incondicional. Sin embargo, el 28 de Junio de 1919, acuciada por el hambre y la ocupación militar de parte de su territorio, Alemania accede a firmar el Tratado de Versalles, donde los vencedores le imponen unas durísimas condiciones de rendición sin respetar el Armisticio de Compiègne. 

A este respecto, conviene tener en cuenta que Alemania no había sido vencida en el campo de batalla, y el hecho de que aceptase un armisticio fue debido a varias razones: la entrada de los Estados Unidos en la contienda podría dificultar considerablemente la victoria alemana, por lo que la posibilidad de ganar la guerra de forma rápida se convirtió en un objetivo muy difícil o lejano en el tiempo, en el mejor de los casos– de alcanzar. Y esa rapidez resultaba fundamental, entre otras motivos, para poder frenar la ofensiva bolchevique desatada en el interior de Alemania, encabezada por el judío Kurt Eisner –que pretendía establecer la República Soviética de Baviera– y los comunistas judíos Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, que con sus espartaquistas llegaron a convertir las calles de Alemania –y de Berlín en particular– en un auténtico infierno de constantes desórdenes protagonizados por luchas callejeras y asesinatos. 

Ante este panorama, la posibilidad de una guerra civil asomó en el horizonte, por lo que el Ejército Alemán tenía que dedicarse plenamente a solucionar los acuciantes problemas internos mencionados una vez hubiese concluido la contienda.

Alemania solicitó el armisticio basándose en el programa de 14 puntos del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, que proponía un armisticio “sin vencedores ni vencidos”. El Estado Mayor Alemán pecó de una ingenuidad casi infantil al creer en las promesas y en el honor de sus antiguos enemigos del frente. Basten algunos ejemplos del Tratado de Versalles: en primer lugar, Alemania es acusada de ser la causante de la guerra. La suma total que Alemania debe pagar en concepto de indemnizaciones y reparaciones de guerra asciende a un total de 132.000.000.000 de marcos-oro, al que se suma las deudas de guerra belgas, que totalizan 5.600 millones más en oro. Estas cifras brutales se traducen ya en aquella época en ¡cuatro veces las reservas mundiales de oro!, constituyendo además ¡tres veces el valor de todas las propiedades del país! 

Se comprenderá entonces que resultará prácticamente imposible llegar a pagar tal cifra, lo que condena al hambre y al desastre a Alemania en su totalidad durante muchísimos años. Se incauta también toda la flota de guerra así como la mercante, que no han sido descontadas de la cifra anterior; el botín también incluye patentes de muchos productos y avances técnicos, obras de arte, cientos de fábricas desmanteladas totalmente por Francia, pillaje al por mayor y 11.000 millones de marcos, que es la cifra que suman los bienes de Alemania en el extranjero. El Tratado de Versalles también impone la entrega de más de 90.000 km2 de territorio alemán, que a partir de ese momento pasa a formar parte de los países limítrofes con sus fronteras. Estos territorios entregados a potencias enemigas incluyen más de 11.000.000 de alemanes, que de la noche a la mañana se encuentran con que pertenecen a otros países.

Alemania y su poder militar son restringidos drásticamente a un ejército de 100.000 hombres dotados únicamente de armas de mano y artillería ligera, sin aviación y sin carros de combate. Esta acción forma parte del desarme estipulado en el Tratado, que es aplicado escrupulosamente a los alemanes; no así a las potencias vencedoras, que según los términos del Tratado también deberían haberse desarmado, ya que iba a tratarse de la “última guerra”. Evidentemente, no sólo se incumplió totalmente esta cláusula, sino que los vencedores aprovecharon la debilidad de la nación vencida para rearmarse muchísimo más.

Con respecto a los territorios entregados –sin contar las posesiones coloniales–, se puede hacer un balance como sigue:

- Alsacia-Lorena pasa a formar parte de Francia, con sus casi dos millones de habitantes; también el distrito del Sarre –pese a que en la consulta popular celebrada en 1933 todos sus habitantes votaran por regresar al Reich–. Renania es ocupada manu miltari durante tres años para controlar las materias primas.
- Memel es entregada a Lituania, con casi 150.000 habitantes.
- Schleswig del Norte pasa a formar parte de Dinamarca, con casi 200.000 habitantes.
- Malmedy, Moresnet, St.Vith y Eupen pasan a pertenecer a Bélgica, con casi 150.000 habitantes.

Sin embargo, se producen dentro de esta misma coyuntura un par de casos curiosos: uno es Polonia y el otro Checoeslovaquia. Polonia era un Estado inexistente desde finales del siglo XVIII (1795) y ahora es resucitado de nuevo por Georges Clemenceau, que se muestra partidario de castigar con la máxima dureza a Alemania con la intención de que ésta se viese rodeada de países hostiles. En consecuencia, a Polonia se le entregan territorios como Posen (con un par de millones de habitantes), Alta Silesia (un millón de habitantes), parte de Prusia Occidental y Dantzig (1.300.00 habitantes), Soldau y Sudaneu. Y a Checoeslovaquia, un país totalmente inventado por el Tratado (téngase en cuenta que dicho Estado era totalmente inexistente hasta antes de 1919), se le entrega el territorio de los Sudetes, con casi tres millones y medio de habitantes alemanes. Todo esto sin mencionar, como se ha dicho más arriba, el expolio al que son sometidas todas las colonias alemanas en África y Oceanía, que en su gran mayoría pasan a formar parte del Imperio Británico. Es de suponer que en ningún caso se llegó a plantear consulta democrática alguna a los habitantes de todos estos lugares para comprobar si deseaban formar parte de otro país…

Las consecuencias de todo ello son unas hambrunas, miseria y crisis como nunca se han visto en un país occidental. La República de Weimar, que gobierna Alemania desde 1919 hasta 1933, se ve absolutamente incapaz no sólo de controlar la situación, sino de aportar soluciones a sus ciudadanos, cada vez más desesperados y con sus vidas plenamente arruinadas. La especulación sobre la divisa alemana, su increíble depreciación, así como la deuda desorbitada sobre su maltrecha economía, acaban de dar la puntilla al país.

¿Qué se puede hacer? El pueblo alemán, como es lógico, desea un cambio profundo. El acceso de Hitler al poder en 1933 mediante unas elecciones democráticas celebradas en enero de ese mismo año cambia la situación radicalmente. Hitler y su autoridad autocrática ponen en práctica algo que recuerda mucho a Lincoln y sus Greenbacks, que no fue otra medida más que la de crear su propio dinero y la impresión del mismo. La diferencia con Lincoln y sus Greenbacks, ya que sólo podían soñarlo, es que Hitler tiene un control absoluto de la economía y puede aplicar los principios económicos sostenidos por Gottfried Feder, alguien que llegó a impresionar profundamente a Hitler cuando éste, perteneciendo temporalmente a la Inteligencia del Ejército Alemán tras el fin de las hostilidades en 1918, asiste a un mitin que preside el propio Feder.

Gottfried Feder sostiene que “el Estado debe crear y controlar su suministro de dinero a través de un banco central nacionalizado, en lugar de ser creado por bancos privados, a los cuales hay que pagar un interés por la deuda del dinero solicitado por dicho Estado”. Este principio sostiene como conclusión que la finanza esclaviza a la población por la vía de usurparles el control estatal del dinero, manteniéndoles en una deuda cada vez más impagable y creciente. Hitler tuvo la oportunidad de aplicar estos criterios y demostró que funcionaban, adoptando así la misma postura que el propio Abraham Lincoln en su día, es decir, optando por crear su propio dinero en lugar de someterse a la esclavitud financiera internacionalista.

A través de Hjalmar Schacht, máximo responsable de Hacienda y del Banco Central Alemán, comienza la impresión de los Reichsmarks y se empieza a aplicar el dinero a medidas gubernamentales necesarias para Alemania, como la reparación de edificios públicos y privados, nuevas construcciones (infraestructuras en general), carreteras, puentes, canales, puertos, etc. Millones de personas pueden así empezar a ponerse a trabajar rápidamente al tiempo que reciben su salario a través de Certificados del Tesoro, que los trabajadores pueden descambiar por productos y servicios, creando de esta manera más trabajo para más gente. El nombre popular que adoptan estos certificados es el de “Dinero Feder”; y no es que estuviesen libres de deuda; de hecho, se emitían como bonos y el gobierno pagaba interés por ellos: pero a un nivel sensato y sin poner en peligro la economía. Circulaban como dinero y eran renovados indefinidamente, evitando la necesidad de préstamos de las finanzas internacionales o pagándoles la deuda a esos terceros, lo que constituía su gran negocio. Y llegados a este punto conviene dejar bien clara una cuestión: todo este resurgimiento nada tiene que ver con la industria militar o las grandes producciones destinadas al Ejército y el rearme de Alemania, ya que este factor comenzó a ponerse en práctica cuatro años más tarde: se trató de un proceso totalmente civil.

En resumen y en palabras de Hitler “La comunidad de la nación no vive debido al valor ficticio del dinero, sino de la producción real que le da el valor al dinero. La producción es la verdadera esencia de la divisa y no un banco o una caja fuerte llena de oro”. Por ello decidió:

1) Rechazar los créditos extranjeros con intereses y posicionar la divisa alemana en base a la producción y no al patrón-oro 
2) Obtener importaciones por el intercambio directo de mercancias, trueque, y subsidiar las exportaciones sólo cuando fuese necesario 
3) Paralizar totalmente lo que se llamaba “libertad de intercambio”, es decir, permitir jugar o especular en divisas y traspasar fortunas de un país a otro en función de la situación política 
4) Crear dinero cuando los trabajadores y el material estuviesen disponibles para el trabajo, en vez de entrar en la deuda por solicitud de préstamos. Estos cuatro puntos daban de lleno en la línea de flotación de la finanza internacional que dependía de créditos y deuda a las naciones necesitadas. La medida de Hitler representaba la ruina absoluta del sistema financiero basado en la deuda continua e impagable.

Esta amenaza a la finanza apuntaba directamente a los Estados Unidos ya que ese país manejaba una gran cantidad del suministro mundial de oro y porque su sistema de producción masiva necesitaba imperiosamente la exportación de un 10% de sus productos para evitar el desempleo. El asunto es tan grave que seis meses después de que Hitler fuese nombrado canciller, Samuel Untermyer, un rico y muy influyente abogado judío de Nueva York y presidente de la World Jewish Economic Federation, proclamó públicamente una “guerra santa” de los judíos contra el Nacional Socialismo y llamó al boycott de los productos alemanes, navieras, transportes y servicios. Es famosa la portada del Daily Express amenazando que “Judea declara la guerra a Alemania”. La fecha: 24 de Marzo de 1933.

Cordell Hull, el Secretario de Estado, bajo los términos del Acta de Acuerdo de Comercio de 1934, insistió que “el comercio exterior americano no podía ser amenazado por controles de intercambio, monopolios gubernamentales o por el sistema de trueque”. En 1936 Winston Churchill le dijo al general norteamericano Robert E. Wood que “Alemania se está haciendo demasiado fuerte y debemos aplastarla”. Y Bernard Mannes Baruch, judío y consejero presidencial, le dijo al general George C. Marshall “Vamos a castigar al tipo ese, Hitler. No se saldrá con la suya”. Evidentemente hablaban del sistema de trueque y el daño que hacía al sistema financiero.

Así, en tan sólo dos años, el problema del desempleo desaparece en Alemania (cuando Hitler accede al poder había en esos momentos 6.047.000 desempleados) y el país vuelve a su cauce, encontrándose con una divisa fuerte, estable y sin inflación, en un momento en el que los Estados Unidos, por ejemplo –así como otros países occidentales fuertemente endeudados– millones de personas se encuentran desempleadas. Alemania logra restaurar su comercio exterior, a pesar de que se le niegan los créditos y se enfrente a un fuerte boycot en el extranjero. Pero Alemania consigue superar todos estos obstáculos mediante el trueque: intercambia maquinaria y productos manufacturados diversos por materias primas de otros países, sin entrar así en el área restrictiva de los bancos internacionales: el sistema de trueque o cambio directo se halla libre de deuda y sin déficits comerciales. El experimento económico alemán, al igual que el de Lincoln, tuvo una vida corta, pero dejó pruebas perdurables de su buen funcionamiento, como por ejemplo las famosas Auto-bahn, el primer sistema de autopistas de verdad en el mundo, puesto en práctica a comienzos de la década de los treinta.

Hitler hace caso omiso, de esta forma, del sistema económico mundial vigente, basado en el patrón-oro, y comienza con gran éxito a exportar su sistema a otros países que también desean valerse del método del trueque para poder huir así de la deuda. De esta forma, comienza a convertirse no sólo en un serio estorbo para el sistema financiero mundial, sino que demuestra que actuando de esta manera se puede salir del sistema económico británico, esto es, pedir créditos estatales a bancos privados basados en el patrón-oro. Hay pruebas de ese peligro y así lo afirma el Dr. Henry Makow, un prestigioso investigador canadiense, que cita el interrogatorio al que es sometido C.G.Rakovsky, uno de los instigadores del Bolchevismo e íntimo de Trotsky, en los famosos juicios celebrados en Moscú en 1938. Éste afirma que “Hitler se tomó el privilegio de fabricar dinero, y no sólo dinero físico, sino también financiero. Puso en marcha la intocable maquinaria y la puso a trabajar en beneficio del Estado… ¿Puede usted imaginarse lo que podía haber sucedido… si hubiese infectado a otros Estados y traído la creación de un período de autarquía? Si puede, imagine entonces sus funciones contrarrevolucionarias”.

Lo que dice C.G.Rakovsky nos lleva también ante Lincoln y sus Greenbacks, y la editorial que hizo “The London Times” previniendo que si los Greenbacks de Lincoln “no eran destruidos ese gobierno proveería con su propio dinero, es decir, sin coste ni deuda. Pagaría la deuda y estaría sin deuda. Dispondría entonces de todo el dinero nece-sario para llevar adelante su comercio. Se convertiría en próspero más allá de cual-quier precedente en la Historia de los gobiernos civilizados del mundo”. Evidente, tal como se entiende hoy la naturaleza del mundo financiero, tales medidas constituirían una amenaza tal para la banca que había que pararlas como fuese, lo que se tradujo en que le costase la vida a Lincoln: el reto que proponía era insostenible.

En su libro “Billions for the Bankers, Debt for the People” (1984), Sheldon Emry afirma que la increible y vertiginosa ascensión de Alemania, sumida en la más absoluta bancarrota hasta llegar a convertirse en una indiscutible potencia mundial de primer orden –recuperando así el status anterior a la I Guerra Mundial– fue debida a la decisión de imprimir y controlar su propio dinero. El autor remarca que “Alemania no sólo financió sin oro y sin deuda su gobierno al completo y los costosísimos seis años de guerra –desde 1939 hasta 1945–, sino que hizo falta todo el mundo capitalista y comunista pusieran su más absoluto empeño y se empleasen a fondo para volver a destrozar el poder alemán en Europa y conseguir poner de nuevo a Europa bajo la bota de lo banqueros. Esta historia del dinero ni siquiera aparece en los textos de las escuelas públicas en la actualidad”.

También hay que señalar que cuando Hitler accedió democráticamente al poder en 1933, al margen de sus políticas económicas, en octubre de ese mismo año se retiró de la Liga de las Naciones, y además para asegurar el flanco del este, el 6 de Enero de 1934 pactó un tratado de paz con Polonia para los siguientes 10 años. Este país había sido neutralizado en parte cuando la Unión Soviética se unió a la Liga. Después, cuando el plebiscito del Sarre dictaminó que este territorio volvía a Alemania el 16 de Marzo de 1934, Hitler rechazó la limitación de armamentos del Tratado de Versalles, justificándolo por la amenaza que representaba el enorme Ejército Rojo muy cerca de sus fronteras.

Hitler y como conclusión, llegó al poder con dos objetivos muy claros: la rectificación del injusto Tratado de Versalles y la destrucción de la amenaza comunista a Alemania. Curiosamente y en contra de la mitología creada por los grandes medios, Hitler no tenía ni planes, ni deseos de una larga guerra de conquista. El profesor AJP Taylor lo demuestra en su libro “The Origins of the Second World War”, con el consiguiente desagrado del establishment político profesional occidental. Taylor dice claramente que “El nivel armamentístico alemán de 1939, nos da la prueba decisiva de que Hitler no contemplaba una guerra general, y que seguramente tampoco deseaba la guerra” (pag. 267), e “Incluso en 1939, el ejército alemán no estaba equipado para una guerra prolongada. En 1940, las fuerzas terrestres alemanas eran inferiores al ejército francés en todo, excepto en el liderazgo” (pag. 104-105). Lo que ocurrió en Europa entre 1939 y 1941 fue el resultado de una debilidad imprevista de la que Hitler supo sacar partido. Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania el 3 de Septiembre y no al revés. Sin embargo y curiosamente, no se la declararon a Rusia que también entró en Polonia, como acertadamente vuelve a decir el profesor Taylor.

Estas situaciones poco conocidas por el gran público y sobre todo la económica, son ya de por sí una buena razón para provocar la guerra de 1939. Iniciar una guerra es un asunto complejo, sin duda, que depende en gran medida de múltiples y diversas variables, aunque la económica, con mucho, viene siendo, desde hace ya unas cuantas décadas, la más importante de todas. Y como dice Stephen Zarlenga en su libro “The Lost Science of Money”, las razones para una guerra son amplias, pero postula de una que no se encuentra en los libros de Historia: la económica. El autor nos dice: “Quizás se esperaba que Alemania buscase préstamos basados en el patrón-oro internacional, lo que se hubiese traducido indefectiblemente en control externo sobre sus políticas domésticas. Pero la decisión alemana de poner hábilmente en práctica otras alternativas al patrón-oro, significaba que los financieros internacionales no hubiesen podido ejercitar su control a través del patrón-oro… todo lo cual podía conducir a controlar a Alemania a través de una guerra provocada a tal fin”. Juzguen ustedes mismos.

Por cierto y como pequeño detalle, la I Guerra Mundial fue iniciada por Rusia al penetrar sus tropas en territorio alemán, Prusia Oriental, antes de la declaración de guerra.

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