¿Somos animales? preguntó Winston Churchill una noche tras ver un
reportaje sobre la destrucción realizada en Alemania por sus aviones.
Sin duda era una pregunta retórica: él mismo había autorizado los
bombardeos desde sus tímidos inicios en 1940, hasta la masiva “Ofensiva
Combinada” con las fuerzas aéreas norteamericanas en los dos últimos
años de guerra. Su forma de hablar fue siempre intempestiva y florida –
“exterminación”, “aniquilación”, etc.. ¿Realmente lo quería decir? ¿La
maquinaria de guerra británica y de su socio americano, puso en marcha
una acción deliberada de acabar con el pueblo alemán?
Este asunto queda muy bien reflejado en el libro de Jörg Friedrich
sobre el bombardeo de 150 ciudades alemanas entre 1940 y 1945: “El
incendio. El bombardeo sobre Alemania, 1940-45”.
En Alemania vendió más
de medio millón de copias, siendo el primer historiador alemán sin
remordimientos y con terribles detalles, que explica lo que millones de
toneladas de bombas incendiarias y de alto explosivo, hicieron sobre
Alemania, su gente y su legado cultural. Muchos estamos familiarizados
con el terrible bombardeo de Dresden, que es el símbolo de esa
brutalidad. Lo que muchos desconocíamos es la terrible suerte de otras
ciudades pequeñas como Kassel, Padernborn, Aachen, Swinemünde y muchas
otras, que fueron olvidadas ante otras ciudades mucho más grandes como
Colonia o Essen, que sufrieron más de 250 raids aéreos cada una. Muchos
de estos bombardeos innecesario, sólo conseguían convertir las ruinas en
más ruinas.
Friedrich nunca dice que estos bombardeos fuesen con carácter de
destrucción total, pero su forma de expresarse creo que lo deja claro,
ya que es de reproche. Fueron masacres despiadadas, donde los sótanos
en los que los civiles se protegían, fueron trampas sin salidas y las
tripulaciones de los bombarderos estaban exterminando al enemigo, no
simplemente destruyendo su capacidad de resistencia. Acusa a Churchill
cuyo “sangriento deseo” como él mismo lo llamaba, llevo a la campaña
aérea buscando siempre la máxima destrucción. Hasta el punto de
inflexión que representó Dresden cuando finalmente y muy tarde, pidió al
Mando de Bombarderos no bombardear simplemente para causar puro terror.
Friedrich encuentra razones para la actitud de Churchill: el esfuerzo
de guerra británico apenas puede con Alemania durante los primeros años
de guerra. La radicalización de la política de bombardeos era para
mostrar a Stalin el poder aéreo británico y su capacidad de destrucción
matando innecesariamente al mayor número posible de civiles.
Seguramente es un punto de vista que no sentará bien al público británico y eso es bueno. La obsesión británica con la II Guerra Mundial ha creado mitos insostenibles. Lo más remarcable es cómo la población alemana resistió los bombardeos sin un “colapso de la moral”, que esperaban los planificadores aliados. Sobre esto último, Friedrich no explica el como o el por qué. Si bien es cierto que hubo directivas del alto mando para bombardear objetivos militares o económicos limitados, lo que queda claro es que la muerte de casi un millón de civiles por los bombardeos aliados, fue que muchos de esos civiles se encontraban en la zona o bien cayeron sobre ciudades sin interés militar, destruyéndolas. La fuerza aérea norteamericana admite que dos tercios de sus bombas erraron el objetivo y no pudieron acertar con precisión pues se lanzaron entre nubes o niebla.
Los bombardeos masivos fueron un arma devastadora y excesiva. Si
reconocemos esto, las fuerzas aéreas aliadas deberían de haber
abandonado los ataques en el interior de Alemania ya que violaba
claramente las reglas de la guerra. En Septiembre de 1939, Neville
Chamberlain ordenó al Mando de Bombarderos evitar ataques que podían
matar a civiles. Churchill, su sucesor, ya en Mayo de 1940, ordenó
empezar los bombardeos.
¿Por qué que las toneladas de bombas arrojadas por los ingleses y
americanos se incrementaron justo mientras Alemania apenas podía
defenderse, cuando el desenlace de la guerra no ofrecía la más mínima
duda? La respuesta que se obtiene es inequívoca: los Aliados profesaron
lo que Fernando Paz, autor del libro “Europa bajo los escombros”,
denomina una “doctrina del odio” que argumenta sobradamente como causa
de la desproporción de los ataques sobre la inerme Alemania. Tanto los
norteamericanos como los británicos –por no mencionar a los soviéticos–
se nutrieron de multitud de prejuicios, en parte heredados de otros
tiempos y en parte de carácter ideológico, que justificaban la
aniquilación de poblaciones enteras sin necesidad de ulteriores
justificaciones.
Los contendientes aliados y sus socios
soviéticos protagonizan un papel discutible y pavoroso en muchas
ocasiones. El libro de Paz lo describe a la perfección dejando claras
sus responsabilidades en atrocidades y matanzas, lejanas a discursos que
encubrían decisiones injustificables que no tuvieron consecuencia
judicial alguna al terminar la guerra. Todo valía para ellos.
Volviendo a Friedrich, yo creo que está en lo cierto cuando dice que
Churchill estaba detrás de la campaña de bombardeos y que esa
belicosidad hacia Alemania, podía haber incluido el lanzamiento de
bombas con gas o gérmenes. No tengo dudas. Lo que hemos de aprender de
todo ello es por qué las dos mayores democracias se enzarzaron en una
forma de guerra total, con lo que dejaban de lado los altos valores que
querían inculcar a la sociedad durante los años 30. Incluso Truman, que
no era un guerrero como Churchill, autorizó el lanzamiento de las dos
bombas atómicas sobre Japón, sin ninguna necesidad. Japón ya estaba
rindiéndose. Matar a 200.000 personas tan rápidamente, sigue siendo un
record que no ha sido superado.
Es curioso que hasta podemos ver algo bíblico en la campaña de
bombardeos con su vocabulario de destrucción. Por ello, no es
sorprendente que el plan para destruir Hamburgo en 1943 se llamase
“Operación Gomorra”. Aunque no estuviese planificado así, la combinación
de densidad de bombas y las condiciones meteorológicas hicieron posible
la muerte de casi 50.000 personas en esa jornada. Y eso que Hamburgo
era considerada como una ciudad anglófila y liberal. Todos los barrios
obreros y populares desaparecieron desde el principio de la acción.
No hay duda que el fuego crea conmoción. Saber y analizar todo esto 70 años después, me cuesta creer que los países occidentales con base y cultura europea, se destruyesen de esa manera y muriesen casi 700.000 civiles en Alemania, para salvar su particular punto de vista de lo que debía ser la civilización. Creo que la gran lección para las democracias occidentales que aparece en los libros, artículos y todo aquello que se dice de los bombardeos aéreos sobre Alemania, es que deben ser confinados a la historia, sin regreso.
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