Se puede llegar a la conclusión de el que el Nacionalsocialismo se
veía a sí mismo como el guardian de la herencia cultural. Por ello, sus
dirigentes y su forma de actuar veían el arte en general y la música en
particular, como una expresión profunda del alma alemana, incluso de su
carácter e ideales de vida. Consiguiendo éxitos y el aprecio del arte,
se consideraba que ayudaban a la alegría del pueblo, de su orgullo y de
su unión en un objetivo común. Esto puede explicar su oposición frontal
al liberalismo, las tendencias modernistas en la música y otras
expresiones del arte, como un ataque degenerado contra las tradiciones
culturales y espirituales de Alemania y Europa.
La Alemania de Hitler hizo notables esfuerzos para hacer avanzar la
música y otras especialidades artísticas, con el objetivo de revitalizar
la vida cultural nacional. Por ello, no sólo se aumentaron las partidas
presupuestarias para las grandes instituciones culturales alemanas,
sino que se avanzó mucho en las grabaciones por radio y otros medios,
para difundir la música entre la población. Como muestra, el gobierno
alemán en su esfuerzo por acercar el arte al pueblo, fue eliminando el
aspecto snob o de clase alta de la música. La música era para todos y
sobre todo para las familias y no sólo música clásica, sino ligera y
popular del tipo que se podía escuchar en Inglaterra o los Estados
Unidos. Era música que se oía por la radio y en películas de gran éxito ,
especialmente durante los años de guerra. La persona que desarrollo
este acercamiento y popularización del arte fue el ministro Joseph
Goebbels.
No había otro líder político en la época que tuviese más interés, ni
conocimiento del arte como Hitler, que recogiendo la herencia musical la
puso al servicio de la nación como parte del “alma” alemana. Creo que
la fama creada de que Hitler era un artista frustrado, es inmerecida e
injusta. Como dice John Lukacs en su libro “The Hitler of History”,
queda claro que era un hombre de auténtico talento artístico y un
excelente criterio sobre el arte. El Führer reconoció de inmediato el
talento de Furtwängler y entendió lo que significaba para Alemania y la
música alemana en particular. Y defendió a Furtwängler frente a otros
jerarcas del gobierno que no estaban de acuerdo con su independencia en
su trabajo, siendo el director de orquesta más apreciado por Hitler. Del
mismo modo que Hitler defendió a Max Lorenz y la soprano wagneriana
Frida Leider, ambos casados con judíos. Su importancia cultural estaba
por encima de criterios de raza o política.
Tras la guerra en Europa, un año y medio después concretamente,
Furtwängler fue llevado ante un humillante tribunal de
“desnazificación”. Fue una farsa ya que buena parte de la información
vital para el proceso fue rechazada tanto por el mismo tribunal como por
la defensa. Parece que las fuerzas de ocupación querían “capturar” al
famoso director de orquesta como parte de su propaganda. A pesar de todo
ello, el tribunal y su mala praxis no fueron capaces de establecer una
causa creíble contra Furtwängler. Poco tiempo después, el director fue
invitado a dirigir la Sinfónica de Chicago.
Al conocer la invitación, el
lobby cultural judío lanzó una intensa campaña para que no se llevase a
cabo la invitación. Además del New York Times, se sumaron los músicos
judíos Artur Rubinstein y Vladimir Horowitz y el crítico neoyorkino
judío Ira Hirschmann. Como indican Shirakawa y el escritor Daniel
Gillis, la campaña utilizó falsedades, insinuaciones y amenazas de
muerte. Sólo el famoso violinista judío Yehudi Menuhin defendió a
Furtwängler. Las brutales presiones lograron que Furtwängler retirase su
participación. El padre de Menuhin denunció la situación sin complejos
diciendo que Furtwängler “había sido víctima de rivales envidiosos y
celosos con capacidad en los medios para calumniar y expulsarle de
America”.
El III Reich es habitualmente demonizado en nuestra sociedad hasta el
punto que reconocer cualquier éxito cultural se ve como la defensa del
fascismo y el peor de los pecados, el antisemitismo. Pero el profesor
John London sugiere en su ensayo en The Jewish Quaterly titulado ¿Por
qué preocuparse de la Cultura Fascista? (1995), que es una actitud
simplista y que no responde a los logros conseguidos en regímenes de ese
tipo. Y pone como ejemplo el trato a los artistas dado por el régimen
de Hitler, comparado con el de la Rusia Soviética a los suyos. Además,
mientras que se castiga a los artistas que se quedaron en su país bajo
Hitler, no se hace nada contra los artistas que colaboraron con los
comunistas.
Nadie en su sano juicio denigraría a los artistas y escultores de la
antigua Grecia porque glorificaban una sociedad apenas democrática.
Nadie critica a los constructores de la catedrales durante la Edad Media
por que era una sociedad dogmática y jerarquizada. Nadie mínimamente
cultivado atacaría a Shakespeare porque vivió en una Inglaterra muy
nacionalista y anti-judía. Nadie criticará a los extraordinarios
compositores de la Rusia de los Zares porque prosperaron en un régimen
autocrático. Eso me lleva a pensar que los grandes logros artísticos y
culturales de la humanidad, generalmente se han producido en sociedades
no democráticas, raramente en sociedades liberales o igualitarias.
Por ello, viendo de cerca la carrera de Furtwängler, ésta nos revela
hechos actualmente considerados “políticamente incorrectos” sobre el
papel del arte y los artistas en el III Reich y nos recuerda que los
grandes logros y creatividad no son productos exclusivos de las
sociedades democráticas, muchas veces exactamente al contrario.
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