¿Y cómo pudo tener Weller un notición que no fue?
Tras servir como reporter de guerra durante años el frente del Pacífico, Weller llegó a Japón con la primera oleada de periodistas y militares destacados en la zona a principios de Septiembre. Ya había ganado el premio Pulitzer por un reportaje de 1943. Cuando llegó a Japón se apartó de los censores de MacArthur y sus colegas “conformistas” ante la visión que debían de dar al mundo y que seguían las estrictas restricciones a los medios. Él se fue solo con un permiso militar para visitar la lejana isla de Kyushu y ver una antigua base de kamikazes.
Pero se dio cuenta que estaba usando un tren que pasaba por Nagasaki... Haciéndose pasar por un militar de cierto rango, tal como explica su hijo, se introdujo en la ciudad casi seguro que en un bote tres días antes que cualquiera de sus colegas de profesión y muy poco después de que Wilfred Burchett, el conocido periodista australiano especializado en reportajes de guerra, hubiese hecho su reportaje sobre Hiroshima. Una vez que estuvo allí, se dio una vuelta por la ciudad, hospitales, campamentos de prisioneros de guerra y escribió numerosos artículos. Según su hijo, trató de mandarlos a Tokio no por cable, sino a mano y creyó que debido “el gran volumen e importancia de lo que explicaba” sería tenido en cuenta por MacArthur y su equipo de censores.
A pesar de que Weller nunca expresó disgusto o crítica por el uso de la bomba, sus artículos y otros que escribió en las siguientes dos semanas en el lugar, nunca vieron la luz del día y él perdió contacto con ese material que había enviado. Weller resumió su experiencia con la oficina de censura en dos palabras: “Ellos ganaron”...
En los años siguientes, Weller continuó con su carrera periodística, ganado un Premio George Polk y otros también muy importantes cubriendo otros conflictos pos-guerra. Ni sus artículos o copias aparecieron más hasta el año 2002, cuando contaba con 95 años de edad. En ese momento su hijo trató de poner orden y escudriñar a través de todo ese material muy desorganizado en la casa de su padre en Italia, y en 2003 encontró las copias muy cerca de su mesa de trabajo. Y creo que fue un gran hallazgo como he ido comentando. Fueron una setenta páginas de historias, en papel sepia que no sólo hablaban de la bomba atómica, sino de los relatos de los prisioneros de guerra ya que algunos de ellos pudieron ver cómo caía el artefacto en esa terrible mañana.
En esos artículos que se escribieron en un periódico de Tokio ya dice que “La bomba atómica puede ser descrita como un arma capaz de ser usada indiscriminadamente, pero su uso en Nagasaki fue selectivo y con la fuerza que se podía esperar de ella”. Sugiere incluso que unas 24.000 personas murieron directamente por inadecuados refugios aéreos y un fallo total del sistema de alarma aérea.
Dice que pasó muchas horas entre las ruinas sin sufrir ningún daño aparente por la radiación. En su segundo artículo de ese día tras visitar hospitales, describe la “Enfermedad X” y sus víctimas como “sin un miembro roto” y “con las bocas ennegrecidas y manchas rojas”. Los niños son descritos como que “habían perdido parte de su cabello por las quemaduras”.
En el tercer artículo enviado a MacArthur al día siguiente en Nagasaki, habló de la enfermedad “llevándose vidas... Hombres, mujeres y niños sin heridas aparentes mueren en los hospitales, algunos de ellos tras estar bien algunas semanas tras al explosión, creyendo que habían sobrevivido”.
Weller sigue: “Los médicos confesaban, de forma cándida, que la respuesta a la enfermedad estaba fuera de sus conocimientos”.
En un hospital, 200 de 343 admitían que sus pacientes habían muerto “por la bomba atómica y nadie sabe por qué”. Weller acabó su relato diciendo que “Se espera que 25 americanos lleguen el 11 de Septiembre para estudiar los efectos de la bomba de Nagasaki sobre el terreno. Los japoneses esperan que traigan una solución para la “Enfermedad X”. Hasta hoy, la solución a ese problema y la amenaza de una bomba atómica, aún no ha llegado.
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