Hace un tiempo apareció la noticia de que Antonio Gramsci se había convertido poco antes de morir en 1937. La noticia no tendría más importancia sino fuese por el hecho de que Gramsci fue fundador del Partido Comunista Italiano, miembro de la Internacional Comunista y uno de los grandes filósofos, pensadores y teóricos marxistas, cuyas ideas han sido seguidas al pie de la letra para la destrucción de la cultura occidental y de la Iglesia Católica.
Antonio Gramsci (1891-1937), fue un pensador que junto al judío húngaro Georg Luckacs llegó a la conclusión de que la revolución bolchevique no había triunfado más allá de la desventurada Rusia, es decir en Europa, por la conjunción de dos factores que habían hecho que el trabajador no apreciase el “Paraíso del Proletariado” y le diese la espalda. Gramsci, al igual que su compinche Luckacs y por separado, llegó a la conclusión de que esos dos factores eran: por un lado la propia cultura occidental ajena y enemiga de un movimiento político como el comunista, y como segundo por la fe cristiana que Europa seguía y que le hacía ver con malos ojos aquella idea política ajena al cristianismo. Esto hacía a los trabajadores totalmente impermeables a su aprecio y difusión.
Gramsci y Luckacs atacaron este asunto desde dos ópticas. Si bien Luckacs tuvo ocasión de aplicar, por pocos meses sus ideas marxistas en Hungría que costaron más de 200.000 muertos y el caos social, hasta que el almirante Horthy puso fin a la locura marxista, huyó a Alemania y ayudó a la construcción de la terrorífica y demoledora Escuela de Frankfurt a principios de los veinte. Gramsci por su lado llegó a la conclusión de que la Iglesia Católica era el gran problema, pero destruirla sería muy difícil y acuñó la terrible frase de ataque (perfectamente llevada a cabo desde entonces) de que “si tenía 2.000 años quería decir que había que destruirla desde dentro”.
Gramsci puso todo el empeño en un concepto de su desarrollo que era el llamado “Hegemonía Cultural”, que es lo que hoy sufrimos con la supuesta moralidad de la izquierda en cualquier asunto y su mayor altura en temas sociales y culturales concretamente. Pura basura, pero demoledora y bien alentada por sus esbirros y lacayos. Seguramente sus problemas físicos y traumas derivados, le llevaron por esa pendiente malvada, hasta que formó parte de la Tercera Internacional Comunista de total orientación bolchevique. En 1922 visitó la Unión Soviética donde conoció a la que sería su mujer.
Entre 1922 y 1923 con Benito Mussolini al frente del gobierno italiano, empezó la persecución de opositores, básicamente comunistas y socialistas. Los dirigentes compañeros de Gramsci fueron capturados. Gramsci estaba en Rusia y de allí fue a Viena, donde trató de refundar el partido. En 1924 fue nombrado máximo responsable del partido y fue elegido diputado por el Veneto. Fundó el periódico L’Unitá y vivió en Roma mientras su familia estaba en Moscú.
En 1926 y tras dictar nuevas leyes de emergencia nacional, motivadas por un atentado frustrado contra Mussolini, Gramsci fue detenido a pesar de su inmunidad parlamentaria y llevado a la prisión romana de Regina Coeli. En su juicio se le penó a 5 años de confinamiento en la isla de Ustica y al año siguiente 20 años de prisión en Turi, cerca de Bari, en el sur de Italia. Su salud se fue deteriorando. En 1934 se le concedió la libertad condicional por motivos de salud y tras convalecencias en hospitales de Civitavecchia, Formia y Roma, falleció en el hospital romano de “Quisisana” a los 46 años de edad. Sus cenizas reposan en el Cementerio Protestante.
Y aquí viene lo bueno. Tras muchos rumores, desmentidos, verdades y mentiras, monseñor Luigi de Magistris, arzobispo de la Curia Romana confirmó a finales de 2008 que Antonio Gramsci pidió convertirse ante la muerte. Monseñor Luigi de Magistris no es un cualquiera en la Iglesia, es emérito de la Penitenciaria Apostólica, que es el dicasterio que se encarga de las indulgencias, bautismos y controversias internas, dio detalles sobre la conversión de Gramsci diciendo que tenía en su habitación una imagen de Santa Teresita del Niño Jesús. Durante su enfermedad, las monjas de la clínica en la que estaba ingresado llevaban a los enfermos la imagen del Niño Jesús para que la besarán. Como que a Gramsci no se la llevaron, él se quejó “¿Por qué no me la habéis traido?” les dijo. Según Monseñor Luigi de Magistris, le trajeron la imagen del Niño Jesús y la besó. Recibió también los sacramentos, volvió a la fe de la infancia... Todo un héroe comunista, coherente con sus principios y miedoso ante la muerte...
Las reacciones no se hicieron esperar en Italia. Giuseppe Vacca, filósofo y presidente del Instituto Gramsci, aseguró que la conversión “nunca ha sido confirmada”, pero que “no sería ningún escándalo, ni cambiaría nada”. El ex primer ministro Andreotti añade “Ya había oído hablar de esto hace años. Se trata de una conversión en el momento de la muerte, un hecho de conciencia sobre el cual prefiero no decir nada”.
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