Cuando observo la ya rápida sustitución
de la población autóctona por gentes llegadas del llamado Tercer Mundo y
nuestro bajísimo nivel de hijos, es cuando me siento enfadado, aunque con la
mente clara para ver qué está pasando. Inglaterra y buena parte de Europa están
adaptando las locuras (“cultura” le llaman los buenistas y progresistas) de
esos países subdesarrollados y que ya empiezan a anclar fuertemente en
nuestras sociedades ¡Cuidado con criticar eso! Te aplicarán la gran tolerancia
de la que carecen los buenistas… Y dirán que nos aportan riqueza.
Asesinatos de honor, matrimonios
forzados, tráfico de personas, esclavitud, pisos patera, exorcismos violentos, niños
trabajando, mutilación del clítoris y yihadistas enmascarados dispuestos
rebanarnos en cuello en cuanto se presente la oportunidad, todo esto es la
colorida y estimulada oficialmente mezcla multicultural. Sin habernos pedido
jamás el voto democrático para recabar nuestra opinión, nuestros países,
nuestras patrias, nos están siendo arrebatadas, secuestradas ante nuestras
narices y no hacemos nada.
Lo que digo no es el fruto de una
simple observación o un comentario que podría ser tildado de racistas por los
buenistas oficiales. No. Creo que concierne a la supervivencia de nuestros
países. Por ejemplo, en Inglaterra hay hoy más británicos-musulmanes luchando
por el EI en Oriente Medio o en prisión en UK por delitos de terrorismo que
jóvenes británicos apuntándose al ejercito de Su Majestad. En vez de ser un
país (y pensemos en los nuestros también y España en concreto), con unos
valores profundos comunes, lo cuales son el requisito para una identidad
nacional y una existencia común, Inglaterra hoy es un vertedero habitado por
inmigrantes, que no sienten el menor cariño, ni la menor lealtad, orgullo o
sentimiento por la vieja Inglaterra que les ha acogido. Igual en el resto de
países europeos.
Pero todo tiene un culpable. Durante
décadas la izquierda liberal y extrema ha sostenido la idea, sin explicación
coherente o disculpa alguna, de que el muticulturalismo era y es muy bueno para
nuestras almas y sociedad. No importa que los imanes musulmanes estimulen el
odio hacia nosotros, que hombres de origen pakistaní raptasen a niñas inglesas
para explotarlas sexualmente, que hayan rumanos acampados en Park Lane en
Londres. Todo forma parte de esa vibración multicultural. Todo es bueno y
aceptable. Nosotros somos los malos. En vez de ello, vemos nuestros valores
corrompidos, nuestra paciencia puesta a prueba, nuestra tolerancia básica y
sentido del juego limpio solo sirve para hacernos trampas y ser burla de estos
llegados del Tercer Mundo.
De acuerdo, olvidemos mi forma de ver
las cosas. Voy a Inglaterra a menudo y he visto la balcanización de mi país, la
fragmentación del mismo en grupos raciales y sectarios, todos compitiendo y que
se ofenden fácilmente si no se les da lo que quieren. Y todos proclamando sus
rencores y sentido de sus derechos. Para la izquierda esta situación es una
gozada. Como los desempleados o mantenidos por el gobierno, estos inmigrantes
suministran la base del voto natural a las izquierdas (o eso piensan ellos).
Hay que permitirles que sigan llegando en sus barcazas o escondidos en los
bajos de un camión. Todo los que llegan son bienvenidos independientemente de
su religión, color de piel o nivel de antipatía hacia el país europeo que los
acoge.
Pero el resultado final es que la
nación muere. Y lo hace incluso antes de que nos demos cuenta. Empieza cuando
adaptamos nuestro idioma a los chapurreos de esta gente para ser entendidos. Y
sigue con la caída en la educación que convierte en tontos a nuestros jóvenes y
acaba con un vocabulario no compartido, sin mencionar la historia de la propia
nación o valores ya que no tienen ninguna importancia para esa minoría
inmigrada. Un buen amigo mio de Birmingham hace poco trató de ayudar a su mujer
de la limpieza africana para que superase el test de ciudadana británica y le
preguntó si conocía la identidad de la vieja dama que aparecía en un retrato.
“Esa es tu abuela” contestó la mujer. Se trataba de la reina de Inglaterra. Mi
amigo continuó incansable y le preguntó
el nombre del actual Primer Ministro “Lo sé, lo sé… Margaret” No hay esperanza,
señores…
Podemos pensar que los inmigrantes
aprenderán y contribuirán a la sociedad y que su lealtad y pasión por nuestro
país aumentará. Creo que somos ingenuos. En Inglaterra se ven más musulmanes
quemando las amapolas del Remembrance Day en protesta, que llevándolas en el
ojal. He paseado por zonas de Londres que harían que cualquier mujer se lo
pensase dos veces y luego huir, que entrar en calles sin el burka. Esta no es
nuestra forma de ser ni de hacer las cosas, sin embargo se acepta. Los taxistas
de Barcelona ya empiezan a ser pakistaníes y parece que a nadie le preocupa.
Muchos bares ya están en manos de chinos.
Para ellos nuestros países, nuestras
patrias son sólo un lugar en la Tierra para trabajar o enriquecerse y nada más.
Sólo hace falta visitar cualquier hospital y emergencias en concreto, de
cualquier ciudad europea para ver qua hay traductores en esa Torre de Babel. A
nadie se le pide el pasaporte o permiso de estancia, ni se sienten en la
necesidad de hablar nuestros idiomas. Se les tiene que servir y ya está. Hagan
eso en Arabia Saudí o Somalia…
Bueno me diréis, eso son pequeños
detalles. Pero sin una lengua común no habrá integración, ni compartiremos
culturas. Habrá, en su lugar, desconfianza, individualismo, instinto de guetto
y una mirada interior como miembro de una raza concreta, sin amor o lealtad a
la nación de acogida. Los líderes musulmanes en Inglaterra se sienten
ultrajados cuando el gobierno británico les dice que trabajen más duro en
promocionar el sentido de lo inglés en su comunidad. Ellos parecen creer que no
tienen un problema y que son las víctimas de una caza de brujas racial. Sin
embargo, no son los anglicanos los que escupen odio desde sus púlpitos,
luchando en la yihad, cortándoles el cuello a soldados en la calle o poniendo
bombas en nuestros metros.
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