Cuando se produjo el colapso de
Ceaucescu y su régimen comunista en Diciembre de 1989 y la Primavera de 1990, sucedió
algo que ha trascendido poco o nada en los medios de comunicación. Medio millón
de personas llamados a sí mismos “sajones”, abandonaron Rumania hacia la
Alemania del Oeste. Como he dicho, fue la más sorprendente y apenas citada
emigración étnica de la Europa moderna. En las siete ciudades y 250 pueblos de
la tierra sajona al sur de Transilvania, no menos del 90% de la población de
habla alemana, empaquetó sus pertenencias, guardó ocho siglos de historia en su
memoria y se marchó.
Como he dicho, marcharon hacia el oeste
hacia un país que pocos de ellos conocían y seguían el, llamado por el político
alemán Hans-Dietrich Genscher, “retorno a la patria”.
El éxodo dejó atrás un desértico
paisaje del tamaño de Cataluña, cientos de kilómetros cuadrados de bosques,
osos, pastos y flores que fueron hace siglos el hogar del famoso conde Drácula
y su leyenda. En esa tierra había pueblos de corte medieval y sus costumbres y
reminiscencias únicas. Durante 800 años desde que fueron invitados por los
reyes magiares para formar la que sería una barrera contra los infieles turcos y tártaros,
los sajones de Transilvania mantuvieron toda su tradición germánica. Hablaban
un alemán parecido al antiguo luxemburgués. Se unieron a la Reforma y
resistieron el duro comunismo de Ceaucescu. Pero todo eso terminó de forma
abrupta en 1990.
Pero mientras que esa gente se marchó,
los pueblos siguen allí, colonizados en su mayoría por los gitanos rumanos. Se
estima que un millón de ellos ocupan ahora esta parte de Transilvania, pudiendo
llegar a ser la única provincia con mayoría gitana. El resultado de todo esto,
a mi modo de ver, es un desalentador desafío cultural en Europa.
Por ejemplo, el pueblo de Archita,
perdido en un valle carpato cerca de la ciudad del siglo XVII de Sighisoara, cuyos
muros medievales y nueve torres está en el corazón del país de Drácula. La
iglesia fortificada del pueblo permanece como un castillo en medio, rodeada no
por uno sino por dos muros, con troneras para mosquetes y galerías para
arqueros todavía intactas. Se construyó para proteger a los ciudadanos contra
los Tártaros y todavía conserva sus ganchos para los jamones debidamente
numerados en cada casa para resistir los asedios. El interior muestra sus
galerías, el púlpito protestante y el dosel barroco. El patio de la iglesia ha
crecido en demasía y tiene manzanos con sus manzanas desparramadas por la tierra.
Desde la torre de la iglesia se ve el
plano geométrico del pueblo que llega hasta los bosques cercanos. Calles
amplias y las casas de dos pisos muy similares reflejan los que cada familia
sajona tenía y le era otorgado en la Edad Media. Los archivos indican que cada
familia mantuvo su casa desde el siglo 13 hasta 1990. Sólo tres sajones siguen
allí.
El ayuntamiento del siglo XVIII y la
escuela de Archita han quedado casi en ruinas. Nadie se cuida de todo esto. No
hay agua corriente o sistema de alcantarillado o carreteras cuidadas que puedan
recibir ese nombre. Unos pocos caballos aburridos y carros son atendidos por
atractivas chicas gitanas. Para los nuevos habitantes de estos pueblos y
ciudades, los desaparecidos sajones representan una cultura prácticamente
alienígena.
La UNESCO ha designado algunas de las
iglesias sajonas como patrimonio mundial y también lo ha hecho el gobierno
rumano, pero no los pueblos o ciudades. Sin dinero para reparaciones o
mantenimiento, esas designaciones no sirven de mucho. Hay como una carrera para
salvar el paisaje pre-industrial en peligro en Europa. Pero muchas zonas como
la de los sajones en Transilvania, tiene que pasar por una época de oscuridad y
quizás de muerte. Sinceramente, la respuesta del mundo exterior a los ruegos de
la tierra de los sajones es incierta. Al final todo se llama dinero, como no.
Los Sajones Transilvanos son iguales
que los Amish Menonitas, los Galeses de la Patagonia y los Alemanes del Volga
entre las muchas tribus deslocalizadas de Europa. Resistieron ocho siglos
increíbles, dejaron monumentos intactos de una cultura íntegramente europea. Si
la moderna Unión Europea no puede conservar estas reliquias de su diversidad,
entonces no se merece el nombre de Europa.
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