lunes, 16 de marzo de 2015

EL GRAN ENCUBRIMIENTO DE HIROSHIMA Y NAGASAKI 2/2



A principios de Septiembre de 1945, menos de dos meses después de lanzar las dos bombas, el teniente McGovern que era miembro del famoso First Motion Picture de Hollywood, fue uno de los primeros americanos en llegar a Hiroshima y Nagasaki. Era un director del US Strategic Bombing Survey, organizado en el Noviembre anterior para estudiar los efectos de las campañas aéreas contra Alemania y ahora Japón. Mientras preparaba los planes para filmar, McGovern supo de lo filmado por los japoneses. Consideró que sería una pérdida de tiempo el no aprovechar esas filmaciones, diciendo en una carta a sus superiores que “las condiciones en que habían sido filmadas ya no se podría repetir, salvo con otra bomba atómica lanzada en combate”. Incluso propuso utilizar a parte del equipo japonés para editar el material, con lo que tendría un “valor científico”. Se hizo cargo de todo esto a principios de Enero de 1946. Los japoneses al recibir la orden de entrega de su filmación, temían que una vez hecho el trabajo, no verían jamás un fotograma, como así fue oficialmente.

Al mismo tiempo, el 1 de Enero de 1946 el general Douglas MacArthur ordenó a McGovern el documentar los resultados de la campaña aérea americana en más de 20 ciudades japonesas. Su equipo sólo rodaría en color en Kodachrome y Technicolor, algo muy raro incluso en Hollywood en aquel momento. McGovern reunió a un grupo de 11 técnicos, incluyendo a dos civiles. El tercero al mando era un joven teniente de Nueva York llamado Herbert Sussan. El equipo salió de Tokio en un tren especial hacia Nagasaki. “Nada ni nadie estaba preparado para la devastación que allí encontramos” dijo Sussan “Éramos los únicos preparados y con equipo para rodar aquel holocausto… Sentí que si nosotros no podíamos captar ese horror, nadie podría realmente entender las dimensiones de lo que había sucedido. En ese momento la gente que volvía a casa no había visto otra cosa que fotos en blanco y negro de los edificios destrozados o una nube con forma de hongo”.

Junto al resto del equipo de McGovern, Sussan documentó  los efectos de la bomba sobre la población, incluyendo las sombras fantasmas en las paredes de civiles vaporizados que eran como un negativo fotográfico. Y más terrible, docenas de personas en hospitales que habían sobrevivido por lo menos momentáneamente, y a los que se les pidió que mostrasen sus quemaduras, cicatrices y otros daños en sus cuerpos a las cámaras como un aviso al mundo. En el hospital de la Cruz Roja de Hiroshima, un doctor japonés trataba las relucientes cicatrices que cubrían a cientos de pacientes y luego se sacó su camisa blanca de médico y mostró sus propias quemaduras y cicatrices.

Tras colocar la cámara sobre un vagón y pasando por las calles, los americanos filmaron escenas espeluznantes que parecían sacadas de una película de horror de Hollywood. El cámara jefe era un japonés, Harry Mimura, que en 1943 había trabajado en la filmación de Sanshiro Sugata, la primera película rodada entonces por un desconocido director japonés llamado Akira Kurosawa.

Mientras todo esto seguía adelante, el equipo de filmación japonés había acabado su trabajo de editar y etiquetar su película en blanco y negro de tres horas de duración. En ese momento algunos miembros de ese equipo tomaron la valerosa decisión de solicitar un duplicado al laboratorio antes de que los americanos se lo llevasen. El director Ito dijo después “los cuatro acordamos el estar preparados para 10 años de trabajos forzados si éramos descubiertos”. Esa copia no completa permaneció escondida en un techo falso hasta que la ocupación terminó.

El negativo de la película japonesa completa en 19 rollos, se envió a los USA a principios de Mayo de 1946. Se les ordenó también a los japoneses el incluir en el envío todas las fotos y material relacionado con la filmación. La película se etiquetó como SECRETO y no salió a la luz hasta 30 años después. Al mes siguiente y de forma abrupta se ordenó a McGovern el regresar a USA. Acumulaba miles de metros de rodaje en docenas de rollos que fueron enviados al Pentagono a la atención del general Orvil Anderson. Guardado y declarado alto secreto no vio la luz hasta pasados casi 40 años. Se encargó a McGovern la vigilancia de todo este material. Sussan estaba obsesionado con encontrarlo y hacerlo público.

Cuando en el Pentagono vieron la película, los militares de alto rango no quisieron la difusión pública de la misma y la Atomic Energy Commission también se opuso, según explicó McGovern. En un memorándum del 3 de Marzo de 1947, un mayor de las fuerzas aéreas explicó que la película sería clasificada como SECRETO. Esto se determinó tras el análisis del material y sobre todo de los filmado en Hiroshima y Nagasaki. Tras haber completado la película con diferentes tomas tanto de los USA como de los japoneses, la película fue clasificada como ALTO SECRETO, en espera de la clasificación de la Atomic Energy Commission. La película en color fue llevada a la base de Wright-Patterson en Ohio. McGovern acompañó al material tras poner su número de identificación personal en la película “y no permitir a nadie tocar el material”, y así quedó dijo McGovern. Tras catalogar el material, éste fue puesto en una caja en una zona de alto secreto.

Sussan dijo que McGovern estuvo todo el tiempo con el material y le dijo que “no podían exhibir la película porque lo que mostraba era horrible”. Sussan envió una carta al presidente Truman, sugiriéndole que una película basada en lo rodado “podría de forma vívida y clara revelar las implicaciones y efectos de las armas que nos confrontan en un momento muy serio de la historia”. La respuesta de un ayudante de Truman fue como un cubo de agua fría a esa idea diciendo que esa película no contaría con el “interés mayoritario del público”.

Mientras tanto McGovern seguía cuidando el material, pero ahora en la Base de Norton en California “Nunca estuvo fuera de mi control” dijo mientras Sussan trataba de hacer pública la película. McGovern también se preocupaba por el material filmado por los japoneses, temiendo que pudiera perderse para siempre entre la burocracia militar/gubernamental. Por ello, hizo una copia en 16mm y la depositó en el almacén central de películas de las Fuerzas Aéreas en Wright-Patterson. Allí se quedó fuera de la vista y en el olvido. Como nota de interés el negativo original y los materiales de producción siguen perdidos, según Abe Mark Normes, profesor de la Universidad de Michigan y que ha investigado más que nadie sobre el metraje japonés.

El gobierno japonés había pedido en infinidad de ocasiones a los USA por esas películas rodadas por ellos, sin éxito. Sin embargo, en un artículo del New York Times del 18 de Mayo de 1967 se decía que la película estaba censurada desde hacía 22 años y revelaba, sorprendentemente, que parte del rodaje seguía en Japón. Los USA prohibió a Japón el exhibirlo y eso que la ocupación había terminado muchos años antes.

A pesar del incremento del miedo nuclear en los 60’s, antes y después de la crisis de los misiles en Cuba, pocos en los USA se atrevían a criticar el consenso general de que haber lanzado las bombas atómicas había sido necesario. Los USA seguían manteniendo su política nuclear incluyendo su uso si fuese necesario “bajo ciertas circunstancias se atacaría antes con la bomba y se preguntaría después”. En otras palabras se adivina que había un tabú contra el uso de la bomba. El 12 de Septiembre de 1967, la Fuerza Aérea transfirió el metraje japonés a los National Archives Audio Visual Branch en Washington, añadiendo “no para ser exhibido sin la aprobación del DOD (Departamento de Defensa)

Una mañana del verano de 1968, Erik Barnouw, autor de historias de éxito en el mundo del cine y los reportajes, recibió una carta con un recorte de prensa de un periódico de Tokio enviado por un amigo suyo. El artículo decía que finalmente los USA habían enviado a Japón una copia en blanco y negro de lo filmado en Hiroshima y Nagasaki. Japón había negociado su devolución con el Departamento de Estado USA. Desde el Pentágono Barnouw supo que el original de nitrato había sido entregado silenciosamente a los Archivos Nacionales y fue a verlo personalmente. Barnouw vio enseguida que a pesar de su baja calidad “había suficiente resultar inolvidable en sus implicaciones y datos históricos, para merecer un duplicado”. Barnouw y sus socios trataron de hacer una sutil y poética película en blanco y negro y de 160 minutos pasaron a 16 minutos, con un montaje que guardaron los efectos sobre las personas para el final, para lograr un mayor impacto.

Barnouw preparó un pase en el Museo de Arte Moderno de Nueva York e invitó a la prensa. Todos vieron la película en silencio hasta el final. La sensación de los presentes fue de horror ante aquellas imágenes crudas y reales. Sin embargo, en las semanas siguientes ninguna de las grandes cadenas de TV demostró interés en exhibirla. Sólo la entonces llamada National Educational Television (NET), estuvo de acuerdo en emitirla el 3 de Agosto de 1970, coincidiendo con el 25 aniversario del ataque atómico.

Una década después Herb Sussan urgió el disponer del metraje americano, acabando con años de oscuridad. También un activista antinuclear japonés de Tokio, Tsutomu Iwakura junto con su grupo se dedicó a juntar las muchas fotos de las consecuencias del bombardeo atómico que habían en Japón y las publicaron en un libro. En 1979 montaron una exposición en las Naciones Unidas de Nueva York. Y allí, por casualidad, Iwakura conoció a Sussan que le habló del metraje militar americano. Iwakura hizo varias llamadas y supo que el rodaje en color había sido recientemente desclasificado y que podría estar en los Archivos Nacionales. Un viaje a Washington DC verificó todo eso. Encontró 80 rollos de película, con la etiqueta nº342 USAF, con los números de rollos 11000 a 11079. Una quinta parte de los rollos cubrían lo filmado en Hiroshima y Nagasaki.

La película había sido desclasificada en silencio unos años antes, pero nadie en el mundo exterior lo sabía. Unos 200.000 japoneses contribuyeron con medio millón de dólares e Iwakura pudo comprar todo el material rodado. Luego viajó a Japón y filmó y entrevistó a supervivientes que habían posado para McGovern y Sussan en 1946. Iwakura terminó pronto el montaje de un documental llamado “PROFECIA” y en la primavera de 1982 preparó una presentación en Nueva York. Y fue la sensación del Festival de Nueva York. Chris Beaver dijo que “No hay duda de que el gobierno no quería que lo viésemos. No querían que los americanos se viesen a sí mismos en esa película. Una cosa es saberlo y otra es verlo”.

A pesar de ello, no hubo ni un solo artículo que apareciese en los periódicos USA sobre la filmación, su censura o su desclasificación. En ese momento Sussan estaba enfermo de un linfoma que los doctores habían descubierto en los soldados que estuvieron expuestos a la radiación de las pruebas atómicas de los años 50’s o en Hiroshima y Nagasaki.

Según McGovern la principal causa de todo este silencio sobre la película y su mantenimiento en secreto durante tantos años era “por el horror, y la devastación. Los efectos sobre las personas eran horrorosos en comparación con una bomba convencional. La actitud oficial fue: no mostrar los efectos sobre personas. No querían que la gente se sientiese mal”

El 2 de Septiembre de 1985 Sussan murió y su última voluntad fue que sus hijos llevasen sus cenizas a la zona cero de Hiroshima, como así hicieron. El reportaje original se mantuvo y fue convertido en muchos documentales más cortos y específicos. A mediados de los 90’s el editor Greg Mitchell descubrió el contexto más oculto de toda esta ocultación por parte del ejército USA: Y fue el esconder a la opinión pública cualquier material relacionado con las bombas atómicas, incluyendo fotos,artículos de periódicos que hablasen de los efectos de la radiación, información sobre la decisión militar y presidencial de lanzar las bombas e incluso vetando cualquier intento de Hollywood de hacer una película sobre el bombardeo (aunque esto último no fue muy difícil...).

En 2003 la directora Cary Schonegevel, de la mano de Greg Mitchell, preparó un reportaje con el máximo posible del metraje original americano en color. Cary no solo lo hizo, sino que consiguió además copias de las películas caseras que McGovern rodó al margen de la filmación oficial en Hiroshima y Nagasaki. Se las proporcionó el hijo de McGovern. La película llamada “Child Bomb” debutó en el Festival de Tribeca en 2004, ganó un premio y apareció también en el canal por cable de Sundance. Es posible que si este reportaje se hubiese visto en la época hubiese tenido efectos contra la carrera nuclear que todos hemos vivido y que nos amenaza todavía con más países poseedores de la bomba.

Como cierre a esta historia es que fue evidente la participación necesaria de todo el complejo militar y presidencial USA en este asunto para evitar que se detuviese cualquier uso de la bomba. Por un lado se lanzaron para darle una patada a los rusos en el culo de los japoneses (Japón iba a rendirse en días y eso ya no lo discute nadie) y por otro para seguir ampliando la capacidad destructiva de los ingenios atómicos e iniciar la “Guerra Fría” con los soviéticos que no fue otra cosa que una pantomima a escala planetaria para dividir al mundo en dos grandes bloques supuestamente antagonistas.

Complementando toda esta información recopilada, recomiendo que veáis el reportaje “Radio Bikini” sobre las pruebas atómicas en el atolón de Bikini en el Pacífico en 1946. El objetivo militar de las mismas fue probar el efecto de una bomba atómica sobre una flota de barcos. Una bomba fue aérea y otra, quince días después, desde el fondo del atolón. No tiene desperdicio y se ven claramente las consecuencias de la radiación. Fue la última vez que los USA dieron publicidad a un evento atómico. Sale hasta el cara dura de Einstein. . Luego ﷽﷽ con el 25 aniversario el materialantes, pero nadie en el mundo exterior lo sab970, coincidiendo con el 25 aniversario

1 comentario:

  1. Sobre este particular recomiendo el libro "HIROSHIMA, HOLOCAUSTO INÚTIL", de Fletcher Knebel y Charles Bailey, que tuve la suerte de heredar de mi difunto abuelo. Es un libro en el que se explica que la rendición de Japón se habría producido de todas maneras, sin la necesidad de un ataque atómico. Cada día que pasa estoy más convencida de que los ataques atómicos a Japón eran un "aviso" a la URSS más que lo que nos vendieron como un acto inevitable para evitar que la guerra continuara. Fue un crimen de lesa humanidad por el que, por cierto, nadie tuvo que responder ante un tribunal de derechos humanos, mientras se ahorcaba indignamente a militares que lo único que hicieron fue cumplir órdenes de sus superiores en una situación de guerra total.

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