A principios
de Septiembre de 1945, menos de dos meses después de lanzar las dos bombas, el
teniente McGovern que era miembro del famoso First Motion Picture de Hollywood,
fue uno de los primeros americanos en llegar a Hiroshima y Nagasaki. Era un
director del US Strategic Bombing Survey, organizado en el Noviembre anterior
para estudiar los efectos de las campañas aéreas contra Alemania y ahora Japón.
Mientras preparaba los planes para filmar, McGovern supo de lo filmado por los
japoneses. Consideró que sería una pérdida de tiempo el no aprovechar esas
filmaciones, diciendo en una carta a sus superiores que “las condiciones en que
habían sido filmadas ya no se podría repetir, salvo con otra bomba atómica
lanzada en combate”. Incluso propuso utilizar a parte del equipo japonés para
editar el material, con lo que tendría un “valor científico”. Se hizo cargo de
todo esto a principios de Enero de 1946. Los japoneses al recibir la orden de entrega de su filmación, temían que una
vez hecho el trabajo, no verían jamás un fotograma, como así fue oficialmente.
Al mismo
tiempo, el 1 de Enero de 1946 el general Douglas MacArthur ordenó a McGovern el
documentar los resultados de la campaña aérea americana en más de 20 ciudades
japonesas. Su equipo sólo rodaría en color en Kodachrome y Technicolor, algo
muy raro incluso en Hollywood en aquel momento. McGovern reunió a un grupo de
11 técnicos, incluyendo a dos civiles. El tercero al mando era un joven
teniente de Nueva York llamado Herbert Sussan. El equipo salió de Tokio en un
tren especial hacia Nagasaki. “Nada ni nadie estaba preparado para la
devastación que allí encontramos” dijo Sussan “Éramos los únicos preparados y
con equipo para rodar aquel holocausto… Sentí que si nosotros no podíamos
captar ese horror, nadie podría realmente entender las dimensiones de lo que
había sucedido. En ese momento la gente que volvía a casa no había visto otra
cosa que fotos en blanco y negro de los edificios destrozados o una nube con
forma de hongo”.
Junto al
resto del equipo de McGovern, Sussan documentó
los efectos de la bomba sobre la población, incluyendo las sombras fantasmas en las
paredes de civiles vaporizados que eran como un negativo fotográfico. Y más
terrible, docenas de personas en hospitales que habían sobrevivido por lo menos
momentáneamente, y a los que se les pidió que mostrasen sus quemaduras,
cicatrices y otros daños en sus cuerpos a las cámaras como un aviso al mundo.
En el hospital de la Cruz Roja de Hiroshima, un doctor japonés trataba las relucientes cicatrices que cubrían a cientos de pacientes y luego se sacó su
camisa blanca de médico y mostró sus propias quemaduras y cicatrices.
Tras colocar
la cámara sobre un vagón y pasando por las calles, los
americanos filmaron escenas espeluznantes que parecían sacadas de una película
de horror de Hollywood. El cámara jefe era un japonés, Harry Mimura, que en
1943 había trabajado en la filmación de Sanshiro Sugata, la primera película
rodada entonces por un desconocido director japonés llamado Akira Kurosawa.
Mientras
todo esto seguía adelante, el equipo de filmación japonés había acabado su
trabajo de editar y etiquetar su película en blanco y negro de tres horas de
duración. En ese momento algunos miembros de ese equipo tomaron la valerosa
decisión de solicitar un duplicado al laboratorio antes de que los americanos
se lo llevasen. El director Ito dijo después “los cuatro acordamos el estar
preparados para 10 años de trabajos forzados si éramos descubiertos”. Esa copia
no completa permaneció escondida en un techo falso hasta que la ocupación
terminó.
El negativo
de la película japonesa completa en 19 rollos, se envió a los USA a principios
de Mayo de 1946. Se les ordenó también a los japoneses el incluir en el envío
todas las fotos y material relacionado con la filmación. La película se
etiquetó como SECRETO y no salió a la luz hasta 30 años después. Al mes
siguiente y de forma abrupta se ordenó a McGovern el regresar a USA. Acumulaba
miles de metros de rodaje en docenas de rollos que fueron enviados al Pentagono
a la atención del general Orvil Anderson. Guardado y declarado alto secreto no vio la luz
hasta pasados casi 40 años. Se encargó a McGovern la vigilancia de todo este
material. Sussan estaba obsesionado con encontrarlo y hacerlo público.
Cuando en el
Pentagono vieron la película, los militares de alto rango no quisieron la
difusión pública de la misma y la Atomic Energy Commission también se opuso,
según explicó McGovern. En un memorándum del 3 de Marzo de 1947, un mayor de
las fuerzas aéreas explicó que la película sería clasificada como SECRETO. Esto
se determinó tras el análisis del material y sobre todo de los filmado en
Hiroshima y Nagasaki. Tras haber completado la película con diferentes tomas
tanto de los USA como de los japoneses, la película fue clasificada como ALTO
SECRETO, en espera de la clasificación de la Atomic Energy Commission. La
película en color fue llevada a la base de Wright-Patterson en Ohio. McGovern
acompañó al material tras poner su número de identificación personal en la
película “y no permitir a nadie tocar el material”, y así quedó dijo McGovern.
Tras catalogar el material, éste fue puesto en una caja en una zona de alto
secreto.
Sussan dijo que McGovern estuvo todo el tiempo con el material y le dijo que “no podían exhibir la película porque lo que mostraba era horrible”. Sussan envió una carta al presidente Truman, sugiriéndole que una película basada en lo rodado “podría de forma vívida y clara revelar las implicaciones y efectos de las armas que nos confrontan en un momento muy serio de la historia”. La respuesta de un ayudante de Truman fue como un cubo de agua fría a esa idea diciendo que esa película no contaría con el “interés mayoritario del público”.
Mientras
tanto McGovern seguía cuidando el material, pero ahora en la Base de Norton en
California “Nunca estuvo fuera de mi control” dijo mientras Sussan trataba de
hacer pública la película. McGovern también se preocupaba por el material
filmado por los japoneses, temiendo que pudiera perderse para siempre entre la
burocracia militar/gubernamental. Por ello, hizo una copia en 16mm y la
depositó en el almacén central de películas de las Fuerzas Aéreas en
Wright-Patterson. Allí se quedó fuera de la vista y en el olvido. Como nota de
interés el negativo original y los materiales de producción siguen perdidos,
según Abe Mark Normes, profesor de la Universidad de Michigan y que ha
investigado más que nadie sobre el metraje japonés.
El gobierno
japonés había pedido en infinidad de ocasiones a los USA por esas películas
rodadas por ellos, sin éxito. Sin embargo, en un artículo del New York Times
del 18 de Mayo de 1967 se decía que la película estaba censurada desde hacía 22
años y revelaba, sorprendentemente, que parte del rodaje seguía en Japón. Los
USA prohibió a Japón el exhibirlo y eso que la ocupación había terminado muchos
años antes.
A pesar del
incremento del miedo nuclear en los 60’s, antes y después de la crisis de los
misiles en Cuba, pocos en los USA se atrevían a criticar el consenso general de
que haber lanzado las bombas atómicas había sido necesario. Los USA seguían
manteniendo su política nuclear incluyendo su uso si fuese necesario “bajo
ciertas circunstancias se atacaría antes con la bomba y se preguntaría
después”. En otras palabras se adivina que había un tabú contra el uso de la
bomba. El 12 de Septiembre de 1967, la Fuerza Aérea transfirió el metraje
japonés a los National Archives Audio Visual Branch en Washington, añadiendo
“no para ser exhibido sin la aprobación del DOD (Departamento de Defensa)
Una mañana
del verano de 1968, Erik Barnouw, autor de historias de éxito en el mundo del
cine y los reportajes, recibió una carta con un recorte de prensa de un
periódico de Tokio enviado por un amigo suyo. El artículo decía que finalmente
los USA habían enviado a Japón una copia en blanco y negro de lo filmado en
Hiroshima y Nagasaki. Japón había negociado su devolución con el Departamento
de Estado USA. Desde el Pentágono Barnouw supo que el original de nitrato había
sido entregado silenciosamente a los Archivos Nacionales y fue a verlo
personalmente. Barnouw vio enseguida que a pesar de su baja calidad “había
suficiente resultar inolvidable en sus implicaciones y datos históricos, para
merecer un duplicado”. Barnouw y sus socios trataron de hacer una sutil y
poética película en blanco y negro y de 160 minutos pasaron a 16 minutos, con
un montaje que guardaron los efectos sobre las personas para el final, para
lograr un mayor impacto.
Barnouw
preparó un pase en el Museo de Arte Moderno de Nueva York e invitó a la prensa.
Todos vieron la película en silencio hasta el final. La sensación de los presentes fue de horror ante
aquellas imágenes crudas y reales. Sin embargo, en las semanas siguientes
ninguna de las grandes cadenas de TV demostró interés en exhibirla. Sólo la
entonces llamada National Educational Television (NET), estuvo de acuerdo en
emitirla el 3 de Agosto de 1970, coincidiendo con el 25 aniversario del ataque
atómico.
Una década
después Herb Sussan urgió el disponer del metraje americano, acabando con años
de oscuridad. También un activista antinuclear japonés de Tokio, Tsutomu
Iwakura junto con su grupo se dedicó a juntar las muchas fotos de las
consecuencias del bombardeo atómico que habían en Japón y las publicaron en un
libro. En 1979 montaron una exposición en las Naciones Unidas de Nueva York. Y
allí, por casualidad, Iwakura conoció a Sussan que le habló del metraje
militar americano. Iwakura hizo varias llamadas y supo que el rodaje en color
había sido recientemente desclasificado y que podría estar en los Archivos
Nacionales. Un viaje a Washington DC verificó todo eso. Encontró 80 rollos de
película, con la etiqueta nº342 USAF, con los números de rollos 11000 a 11079.
Una quinta parte de los rollos cubrían lo filmado en Hiroshima y Nagasaki.
La película
había sido desclasificada en silencio unos años antes, pero nadie en el mundo
exterior lo sabía. Unos 200.000 japoneses contribuyeron con medio millón de
dólares e Iwakura pudo comprar todo el material rodado. Luego viajó a Japón y
filmó y entrevistó a supervivientes que habían posado para McGovern y Sussan en
1946. Iwakura terminó pronto el montaje de un documental llamado “PROFECIA” y
en la primavera de 1982 preparó una presentación en Nueva York. Y fue la
sensación del Festival de Nueva York. Chris Beaver dijo que “No hay duda de que
el gobierno no quería que lo viésemos. No querían que los americanos se viesen
a sí mismos en esa película. Una cosa es saberlo y otra es verlo”.
A pesar de
ello, no hubo ni un solo artículo que apareciese en los periódicos USA sobre la
filmación, su censura o su desclasificación. En ese momento Sussan estaba
enfermo de un linfoma que los doctores habían descubierto en los soldados que
estuvieron expuestos a la radiación de las pruebas atómicas de los años 50’s o
en Hiroshima y Nagasaki.
Según
McGovern la principal causa de todo este silencio sobre la película y su
mantenimiento en secreto durante tantos años era “por el horror, y la
devastación. Los efectos sobre las personas eran horrorosos en comparación con
una bomba convencional. La actitud oficial fue: no mostrar los efectos sobre
personas. No querían que la gente se sientiese mal”
El 2 de
Septiembre de 1985 Sussan murió y su última voluntad fue que sus hijos llevasen
sus cenizas a la zona cero de Hiroshima, como así hicieron. El reportaje original se mantuvo y fue
convertido en muchos documentales más cortos y específicos. A mediados de los
90’s el editor Greg Mitchell descubrió el contexto más oculto de toda esta
ocultación por parte del ejército USA: Y fue el esconder a la opinión pública
cualquier material relacionado con las bombas atómicas, incluyendo
fotos,artículos de periódicos que hablasen de los efectos de la radiación,
información sobre la decisión militar y presidencial de lanzar las bombas e incluso
vetando cualquier intento de Hollywood de hacer una película sobre el
bombardeo (aunque esto último no fue muy difícil...).
En 2003 la
directora Cary Schonegevel, de la mano de Greg Mitchell, preparó un reportaje
con el máximo posible del metraje original americano en color. Cary no solo lo
hizo, sino que consiguió además copias de las películas caseras que McGovern
rodó al margen de la filmación oficial en Hiroshima y Nagasaki. Se las
proporcionó el hijo de McGovern. La película llamada “Child Bomb” debutó en el
Festival de Tribeca en 2004, ganó un premio y apareció también en el canal por
cable de Sundance. Es posible que si este reportaje se hubiese visto en la
época hubiese tenido efectos contra la carrera nuclear que todos hemos vivido y
que nos amenaza todavía con más países poseedores de la bomba.
Como cierre
a esta historia es que fue evidente la participación necesaria de todo el
complejo militar y presidencial USA en este asunto para evitar que se detuviese
cualquier uso de la bomba. Por un lado se lanzaron para darle una patada a los
rusos en el culo de los japoneses (Japón iba a rendirse en días y eso ya no lo discute nadie) y por otro para seguir ampliando la capacidad
destructiva de los ingenios atómicos e iniciar la “Guerra Fría” con los
soviéticos que no fue otra cosa que una pantomima a escala planetaria para
dividir al mundo en dos grandes bloques supuestamente antagonistas.
Complementando
toda esta información recopilada, recomiendo que veáis el reportaje “Radio
Bikini” sobre las pruebas atómicas en el atolón de Bikini en el Pacífico en
1946. El objetivo militar de las mismas fue probar el efecto de una bomba
atómica sobre una flota de barcos. Una bomba fue aérea y otra, quince días
después, desde el fondo del atolón. No tiene desperdicio y se ven claramente
las consecuencias de la radiación. Fue la última vez que los USA dieron
publicidad a un evento atómico. Sale hasta el cara dura de Einstein.
Sobre este particular recomiendo el libro "HIROSHIMA, HOLOCAUSTO INÚTIL", de Fletcher Knebel y Charles Bailey, que tuve la suerte de heredar de mi difunto abuelo. Es un libro en el que se explica que la rendición de Japón se habría producido de todas maneras, sin la necesidad de un ataque atómico. Cada día que pasa estoy más convencida de que los ataques atómicos a Japón eran un "aviso" a la URSS más que lo que nos vendieron como un acto inevitable para evitar que la guerra continuara. Fue un crimen de lesa humanidad por el que, por cierto, nadie tuvo que responder ante un tribunal de derechos humanos, mientras se ahorcaba indignamente a militares que lo único que hicieron fue cumplir órdenes de sus superiores en una situación de guerra total.
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