LA I GUERRA MUNDIAL. LA GUERRA QUE ACABABA CON LAS GUERRAS...

Al acabar la I Guerra Mundial, se dijo que iba a ser la última, ya no habrían más. Esa guerra había demostrado la futilidad y el horror de la misma como sistema para arreglar las cosas entre países. Empezaba una era de buenismo sin fin, pero con mal pie: el terrible Tratado de Versalles. Lo único que pudo demostrar esa guerra es que era la primera parte de una guerra civil europea que criaba el embrión de la segunda. Fue una guerra terrible con millones de muertos que hoy podemos ver en cementerios a lo largo de Europa. Sin embargo no detuvo las guerras...

Si lo traemos a hoy en día y sobre todo en los USA, ¿qué pasaría si pusiéramos a todos los muertos de Irak y Afganistán (americanos y locales), en un solo cementerio enorme de fácil acceso para cualquiera y no sólo americanos? ¿Detendría la lucha si viésemos esos cientos de miles de tumbas, civiles y militares, colina tras colina, planicie tras planicie, hasta donde nos llegase la vista?
 

Tuve esa sensación en mis varias visitas a los muchos cementerios de Normandía, Ardenas y Monte Cassino, que diría que tienen la más alta concentración de tumbas de gente joven del mundo. También he tenido ocasión de visitar cementerios de la I Guerra Mundial en Bélgica y Francia, además de los monolitos recordatorios en cada pueblo de Francia de sus caídos locales en la Gran Guerra y en la segunda. Este es el viejo frente de combate de la I Guerra Mundial, y fue el destino final de millones de soldados. En muchos casos sólo la mitad de sus cuerpos, reventados en trozos irreconocibles por los 700 millones de obuses de artillería y morteros disparados desde 1914 hasta 1918 y que esos  trozos descansan en tumbas sin marcar. Los demás en cientos de cementerios militares como los que he visitado, muy limpios, bien organizados y que ocupan colinas y planicies como las que comentaba más arriba.
 

Recuerdo que desde la cima de una colina en uno de los lugares de mayor matanza, Ypres, El Somme, Verdún, se pueden ver media docena de cementerios, grandes y pequeños que rodean la zona. En uno de ellos, Tyn Cot en Bélgica, hay unas 12.000 tumbas de británicos, canadienses, sudafricanos, australianos, neozelandeses e hindúes. Cada año millones de personas visitan esos cementerios y memoriales del Frente Occidental, dejando ramos de flores y fotografías de parientes caídos hace casi un siglo. Al menos dos de esos memoriales, conmemoran a los soldados de ambos bandos que salieron de sus trincheras y, sin permiso de sus superiores, tomaron parte en el famoso e informal partido de fútbol de la Navidad de 1914, en tierra de nadie.
 

Y me pregunto, ¿donde están los lugares públicos para llevar el luto por los caídos en las guerras actuales? ¿Dónde está ese sentimiento del nunca más?. De forma curiosa, el peaje mortal de esa guerra de hace ya un siglo, en la cual cayeron más de 10 millones de muertos, 20 millones de heridos entre los combatientes y 70 países beligerantes, por ejemplo, ha sido más visible que los de las guerras actuales. ¿Es por ello que la I Guerra Mundial siempre se ha visto, al revés que las guerras de hoy, no tan trágica sino como mortal y que se llevó a una buena parte de una generación y que hizo el mundo peor? Recuerdo que en mis visitas a la zona le pregunté a un granjero belga si podía entrar en un viejo bunker de hormigón que estaba en su propiedad y que en ese momento servía de refugio a sus cabras, también caminé por trincheras reconstruidas para sentir lo que era aquello o bien por un túnel que protegía a las tropas canadienses llevando su munición hasta primera línea. Vale la pena sentir esos lugares sagrados.
 

Es bueno ver los informes oficiales, informes lacónicos de los mandos que habían sobrevivido a batallas en las cuales las cuales la mayoría de sus hombres habían muerto. He escuchado grabaciones de veteranos y conocí a un británico cuyo abuelo activista-laborista fue juzgado por una corte marcial, porque había escrito una carta al “Daily Mail”, quejándose de que a cada oficial británico se le había asignado un sirviente privado. Recuerdo una visita que te cortaba la respiración a un cementerio lleno de soldados británicos con su oficial en jefe, que habían caído víctimas de una sola ametralladora alemana durante el primer día de la Batalla del Somme. Allí encontré un comentario en el libro de visitas que decía “Nunca Más”. Y me pregunto de nuevo, ¿donde están los lugares públicos para llevar el luto por los caídos en las guerras actuales? ¿Dónde está ese sentimiento del nunca más?. No he sabido encontrarlo. Ahora todo queda lejos, los muertos en combate no existen. Eso también forma parte de la infantilización de la sociedad.
 

Y es curioso porque en 1914, ningún país beligerante planificó el uso de ametralladoras contra el enemigo, que era un arma que los poderes coloniales europeos habían usado durante años para reprimir las revueltas locales. También ambos bandos lanzaron a la batalla muchas fuerzas de caballería tradicional. Los alemanes disponían de 8 divisiones con unos 40.000 caballos. Pero la ametralladora y las alambradas estaban destinadas a terminar con los días de las gloriosas cargas de caballería para siempre.
 

Los planes, como el famoso plan alemán para derrotar a Francia en 42 días exactamente, estaban llenos de agujeros. Los motores de combustión estaban en mantillas todavía y al iniciar la guerra el 60% de los camiones alemanes fallaron. Eso quería decir que los suministros debían llevarse con carros tirados por caballos. Y para los caballos, sin repetir lo de la inutilidad de las cargas de caballería, el campo francés no podía suministrar comida suficiente. El comer maíz inmaduro y verde hacía que los caballos enfermasen y muriesen a miles, retrasando el avance aún más. 

Y como nos recuerda la I Guerra Mundial, el entender las razones para entrar en combate es complicado. Es difícil culpar a un joven francés que marchase a la batalla en Agosto de 1914. También Alemania había enviado a millones de soldados para invadir Bélgica y Francia. Luego los alemanes fueron forzados a rendirse y retirarse cuatro años y medio después. La mitad de los hombres franceses entre los 20 y los 32 años habían muerto al igual que en el resto de contendientes. Y entre los más de 20 millones de heridos, muchos de ellos habían perdido las manos, brazos, ojos, piernas, genitales, etc.
 

¿Valió la pena? Creo que no. La hambruna de Alemania durante la guerra, su derrota humillante y el injusto Tratado de Versalles, aseguró la II Guerra Mundial y esta vez sí, la derrota y ocupación de Francia.