domingo, 6 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UN DOCTOR (2)


Para la gran mayoría de jóvenes, las diversiones estaban limitadas a todo aquello que fuese gratis: paseos por la montaña, nadar en el Danubio, un concierto gratuito de alguna banda, etc. Hitler, según el Dr. Bloch, leía mucho y estaba particularmente fascinado por las historias sobre los indios americanos. Devoraba los libros de James Fenimore Cooper y los del escritor alemán Karl May, que jamás había visitado los USA, ni había visto un indio (igual que Julio Verne o Hergé)

La dieta familiar era, por necesidad, simple y frugal. La comida era barata y la oferta amplia en Linz y la familia Hitler comían habitualmente la misma dieta como otras familias en sus circunstancias. La carne se servía quizá un par de veces a la semana. La mayoría de las comidas consistían en col o puré de patatas, pan, carne hervida y una jarra de zumo de pera y sidra de manzana. En cuanto a la ropa, vestían el clásico abrigo austríaco llamado Loden, de lana. Adolf, desde luego, vestía el uniforme de los niños que consistía en pantalones de cuero tiroleses, tirantes y un pequeño gorro verde con una pluma a un lado.
 
Pero ¿qué tipo de niño era Adolf? Muchos biógrafos lo retratan como alguien con la voz ronca y desafiante, desordenado; un joven rufián que personificaba todo lo que era desagradable. Esto, simplemente, no es verdad. Como niño y joven fue tranquilo, de buenas maneras, educado y bien vestido. El Dr. Bloch recuerda que  a la edad de 15 años, se veía a sí mismo como un revolucionario político. Posiblemente. Pero veamos a Adolf Hitler como alguien que impresionaba a la gente y no a sí mismo. Era alto, pálido, mayor para su edad. Nunca fue robusto, ni enclenque. Quizá de “aspecto frágil”, sería una buena descripción. Sus ojos, heredados de su madre, eran grandes, melancólicos e hipnóticos. Se podría decir que tenía una gran vida interior. Lo que soñaba lo desconozco, al igual que el Dr. Bloch.
 
Externamente, su amor por su madre era su rasgo más sobresaliente. Mientras que no era “un niño de su mamá”, en el sentido habitual del término, el Dr. Bloch nos dice que él nunca había visto una unión tan fuerte. Algunos decían que este amor llevaba a lo patológico, sin embargo el propio doctor con su conocimiento íntimo de la familia no creyó nunca que eso fuese verdad. Klara Hitler, su madre, adoraba a su hijo Adolf. Ella le permitía que él siguiese su camino siempre que fuese posible. Como ya he comentado, su padre insistió hasta su muerte en que fuese un funcionario gubernamental. Hitler se rebeló y tuvo a su madre a su lado. Pronto se sintió cansado de la escuela y su madre le permitió dejar sus estudios. Todos los amigos de la familia sabían como la madre de Hitler animaba los esfuerzos de su hijo para que se convirtiese en un artista.
 
A pesar de su pobreza, su madre le permitió rechazar un trabajo que se le ofreció al joven Hitler en la oficina de correos, con lo que pudo continuar con sus pinturas. Ella admiraba los colores y las vistas del campo que su hijo pintaba. Si era una admiración honesta, dice el Dr. Bloch, o era meramente un esfuerzo para animarle, no lo supo nunca. Hizo todo lo posible para que su hijo creciese bien. Ella veía que era ordenado, limpio y tan bien alimentado como se lo permitía su presupuesto. Siempre que iba a la consulta del Dr. Bloch, este extraño chico se sentaba entre otros pacientes, esperando su turno. Nunca tuvo nada grave, posiblemente como máximo alguna inflamación de amígdalas. Se mantenía erguido e inquebrantable mientras el Dr. Bloch apretaba su lengua y limpiaba sus manchas problemáticas. O quizás, añade el Dr. Bloch, él sufría con frialdad y aguantaba. Le trababa médicamente como a cualquier chico bien alimentado de 14 ó 15 años, se inclinaba para despedirse y le daba las gracias cortésmente.
 
El Dr. Bloch sabía del problema estomacal que le acució más tarde, sobre todo debido a una mala dieta mientras trabajaba como un trabajador normal y corriente en Viena. El Dr. Bloch no entendía las muchas referencias a las dolencias de pulmón que Hitler tenía de joven. Él era el único doctor que le trató durante ese período en que se suponía que sufrió ese mal. Sus recuerdos y datos no indican nada así. Era cierto que el joven Hitler no tenía las mejillas sonrosadas y la robusta buena salud de otros jóvenes, pero al mismo tampoco estaba enfermo.
 
En la “Realschule” el trabajo de estudio del joven Adolf nunca fue brillante. Como una autoridad en este asunto, el Dr. Bloch recurre a su antiguo profesor el Dr. Karl Huemer un viejo conocido suyo. El Dr. Bloch era el médico de la mujer de Huemer. En “Mein Kampf” Hitler dice que fue un estudiante indiferente a la mayoría de asignaturas, excepto en Historia que le entusiasmaba. Esto coincide con lo que recuerda el profesor Huemer sobre Hitler.
 
Hitler deseaba una formación adicional en pintura y por ello decidió ir a Viena para estudiar en la Academia. Fue una decisión muy importante para un miembro de una familia pobre. Su madre estaba muy preocupada de cómo podría salir adelante. El Dr. Bloch dice que la madre incluso sugirió apretar el presupuesto familiar un poco más para poder darle a su hijo una pequeña paga periódicamente. Hitler rechazó esta ayuda, e incluso fue más lejos, firmó que su herencia pasase a sus hermanas. Tenía 18 años en aquel momento. El Dr. Bloch dice no conocer los detalles exactos de los que sucedió en ese viaje a Viena de Hitler. Algunos sostienen que no fue admitido en la academia por sus trabajos artísticos. Otros aceptan que Hitler dijo que el rechazo fue debido a que no se graduó en la “Realschule”. Lo cierto es que regresó a su casa a las pocas semanas. Era finales de 1908 ó 1907 según otras fuentes, cuando el Dr. Bloch tuvo la obligación de darle a Hitler la, quizás, peor noticia de su vida.
 
Un día la madre de Hitler fue visitarle durante la mañana a su consulta. Se quejaba de un dolor en el pecho. Hablaba de forma tranquila y suave, casi susurraba. El dolor, decía, era grande y suficiente para despertarla durante la noche. Había estado muy ocupada con su casa y no había solicitado consulta médica antes, ya que pensaba que el dolor se le pasaría. El Dr. Bloch dice que cuando un médico escucha una historia como esa automáticamente piensa en el cáncer. Un examen demostró que la madre de Hitler tenía un tumor extendido en el pecho. No le informó del diagnóstico.
 
El Dr. Bloch reunió a los hijos en su consulta al día siguiente y les explicó el caso de forma franca y abierta. Les dijo que su madre estaba gravemente enferma. Podemos imaginarnos actualmente que un tumor es algo serio, pero en aquel entonces era mortal de necesidad. Las técnicas quirúrgicas no estaban tan avanzadas y el conocimiento del cáncer y su tratamiento era muy limitado. El Dr. Bloch explicó a los chicos que sin cirugía, no había ninguna esperanza de recuperación. E incluso con cirugía había pocas posibilidades de que se recuperase. Les propuso que en una reunión familiar decidiesen qué hacer. La reacción del joven Hitler ante estas noticias fue tremenda. Su larga y pálida cara estaba desencajada. Las lágrimas caían de sus ojos. Preguntó si su madre no tenía posibilidades. Solo entonces, dice el Dr. Bloch, se dio cuenta de la magnitud de la unión que existía entre madre e hijo. Le explicó que tenía alguna posibilidad, pero pequeña. Esta mínima esperanza pareció reconfortarle.
 
Los chicos llevaron el mensaje del doctor a su madre. Ella aceptó el veredicto con fortaleza, según siempre creyó el Dr. Bloch. Profundamente religiosa, asumió que era deseo de Dios la suerte que corría. No se quejó. Se sometería a la operación tan pronto como se pudiesen hacer las preparaciones para la misma.

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