domingo, 6 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UN DOCTOR (3)


El Dr. Bloch explicó el caso de Klara Hitler al Dr. Karl Urban, jefe del equipo de cirugía del Hospital de las Hermanas del Perdón en Linz. Urban era uno de los más reconocidos cirujanos de la Alta Austria. Era un hombre generoso, algo bueno en esa profesión según el Dr. Bloch. Se ofreció a llevar a cabo la operación según los criterios del Dr. Bloch. Tras examinar a la madre de Hitler, estuvo de acuerdo con el veredicto del Dr. Bloch de que la mujer tenía pocas posibilidades de sobrevivir, pero que la operación ofrecía la única esperanza.


La madre de Hitler llegó al hospital una mañana a principios del verano de 1908. El Dr. Bloch no recuerda la fecha con exactitud, ya que los informes se los quedó el archivo central del Partido Socialista Nacional de Munich. En cualquier caso, Klara pasó la noche en el hospital y fue operada a la mañana siguiente.Tal como le pidió la madre de Hitler, el Dr. Bloch permaneció en el quirófano, mientras el Dr. Urban y su asistente llevaban a cabo la operación. Dos horas después, el Dr. Bloch condujo su vehículo junto al Danubio hasta el número 9 del pequeño edificio de la Bluetenstrasse para explicar cómo había ido la operación. Los chicos le esperaban allí. Las chicas recibieron sus palabras con calma y tranquilidad. La cara del chico estaba en un mar de lágrimas, sus ojos estaban rojos y mostraban la fatiga de la espera. Escucharon pacientemente hasta que el Dr. Bloch acabó su explicación. Él sólo tenía una pregunta. Con una voz entrecortada preguntó “¿Ha sufrido mi madre?”.
 
A medida que pasaban las semanas y los meses tras la operación, la fortaleza de Klara fue menguando visiblemente. Como mucho podía estar una o dos hora de pie fuera de la cama al día. Durante ese período, Adolf pasó la mayor parte de su tiempo con su madre. Dormía en la pequeña habitación junto a la de su madre por lo cual podía atenderla en cualquier momento de la noche. Durante el día permanecía inmóvil estirado en la amplia cama de su madre. En una enfermedad como la sufrida por Klara, el dolor puede ser tremendo. Ella soportó muy bien su carga, sin desfallecer y sin quejarse. Pero pareció torturar al joven Hitler cada vez que veía que el dolor desencajaba la cara de su madre. Pero poco se podía hacer. Una inyección de morfina de vez en cuando le daba un poco de mejora, pero nada duradero. Adolf parecía enormemente agradecido en esos momentos de mejora. 

El Dr. Bloch nunca olvidó a Klara Hitler durante esos días. Tenía 48 años en ese momento; alta, esbelta y bastante guapa, incluso destrozada por la enfermedad. Hablaba muy suave, más preocupada por lo que le pudiera pasar a su familia a medida que se acercaba a su muerte. No ocultaba esas preocupaciones o sobre el hecho de que muchos de sus pensamientos fueron para su hijo Adolf, “Adolf es aún muy joven”, decía repetidamente.
 
El 20 de Diciembre alguien llamó a su puerta de la consulta del Dr. Bloch. El final se aproximaba y él quería que esta buena mujer estuviese los más confortablemente que pudiera. No sabía si viviría una semana más u otro mes o que la muerte podía llegar en cuestión de horas. Por lo tanto no fue ninguna sorpresa la visita de la hija Angela esa mañana y es que su madre había fallecido en paz durante la noche. Los chicos habían decidido no molestarle, sabiendo que la situación de su madre iba más allá de lo que podía hacer él como médico. Angela preguntó si podía ir él en ese momento. Alguien en una posición oficial debía firmar el certificado de defunción. Se puso su abrigo y condujo con Angela hasta la casa
 
La viuda del cartero, la amiga más íntima, estaba con los hijos haciéndose cargo más o menos de los asuntos. Adolf, cuya cara mostraba los estragos de una noche sin dormir, estaba sentado junto a su madre. Para recordar ese momento, Hitler había hecho un bosquejo de su madre en el lecho de muerte. El Dr. Bloch se sentó con la familia durante un rato, tratando de confortarles. Les dijo que en un caso así, la muerte era un descanso para todos y para ella sobretodo. Lo entendieron. Es evidente que en su profesión. el Dr, Bloch había sido testigo de muchas escenas como esa, pero ninguna le había dejado la misma impresión. En toda su carrera no había visto a nadie postrado con el dolor que sufría Hitler. 

El Dr, Bloch no asistió al sepelio de Klara Hitler ya que se llevó a cabo en la vigilia de la Navidad. El cuerpo fue llevado de Urfahr a Leonding, a pocos kilómetros de distancia. Klara Hitler fue enterrada junto a su marido en el cementerio católico, al lado de una pequeña iglesia. Tras los demás, las chicas y la viuda del cartero, que ya se habían ido, Adolf permaneció allí, imposibilitado a dejar atrás la reciente tumba con los restos de su madre. Y así permaneció ese joven pálido solo en medio del frío. Únicamente con sus pensamientos en la vigilia de Navidad, mientras el resto del mundo estaba alegre y feliz.
 
Pocos días después del funeral, la familia fue a la consulta del Dr. Bloch. Querían agradecerle la ayuda que les había prestado. Estaban las chicas y Adolf. Ellas hablaron de lo que sentían mientras Adolf permanecía en silencio. El Dr. Bloch se dio cuenta de ello y lo recordaba como si le hubiera pasado la semana anterior. Adolf vestía un traje oscuro y una corbata. Y entonces, como después, con un mechón de pelo suelto sobre su frente. Sus ojos estaban clavados en el suelo mientras sus hermanas hablaban. Entonces llegó sus turno. Avanzó y tomó la mano del doctor. Mirándole a los ojos le dijo “Le estaré siempre agradecido”. Eso fue todo. El Dr. Bloch en el artículo se preguntaba si Hitler recordaría esa escena. Opinaba que sí y en cierto modo creía que Hitler había mantenido su promesa de gratitud. Se le concedieron favores como a ningún otro judío en Alemania o Austria.
 
Casi inmediatamente después del funeral de su madre, Hitler se marchó a Viena, para intentar retomar de nuevo su carrera como artista. Su paso a ser un hombre fue una experiencia dolorosa para un chico que tenía una profunda vida interior. Pero más pruebas vendrían. Pobre como era su familia, al menos se aseguró la comida y cobijo mientras vivió en su casa. Eso no se podía decir de Viena. La gran ciudad podía ser despiadada con alguien como él. Sabemos algo de su vida allí y cómo trabajó con una carretilla en la construcción hasta que sus compañeros trataron de tirarle de un andamio. Sabemos también que trabajó con una pala quitando nieve y en cualquier otro trabajo que fue capaz de encontrar. Durante ese período de 3 años, Hitler vivió en una pensión solo para hombres, algo muy habitual en aquella época. Y ahí fue donde empezó su sueño de un mundo diferente.
 
Mientras vivía en la pensión con toda la gentuza de la gran ciudad, Hitler dijo “Estaba insatisfecho conmigo mismo por primera vez en mi vida”. Está insatisfacción fue seguida por la insatisfacción con todo lo que le rodeaba. La dura vida que llevaba y las crudas realidades que vivía le llevaron a odiar al gobierno, a los sindicatos, pero no todavía los judíos. Durante esa época tuvo tiempo para mandar una postal al Dr. Bloch. En el reverso decía “Desde Viena le mando mis saludos. Suyo afectísimo, Adolf Hitler”. Era un detalle pequeño que el doctor apreció. Había pasado mucho tiempo tratando a la familia Hitler y era hermoso saber que su esfuerzo no había sido olvidado. También se dijo que Hitler le había enviado uno de sus cuadros, un paisaje. El Dr. Bloch nunca lo recibió aunque dice que es posible, pero no lo recordaba. Era algo frecuente que los pacientes enviasen presentes a los doctores. Pero entre las cosas que había recibido el Dr. Bloch no había ningún cuadro de Hitler.

3 comentarios:

  1. Un humano y no un psicópata como nos hacen creer a la fuerza. Dios bendiga a Hitler y salga gracias a la divinidad esta saliendo a la luz todas las falacias que se han vertido y siguen vertiendo sobre el

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  2. Una historia más de hijo de funcionario, contada por algo tan dudoso como un médico doctor(racialmente diferente además).
    Historietas de la vida.
    Habrá tantas.
    Tradicional saludo al amable lector.

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  3. Hola Jess, gracias por tu apostación. Es cierto que ha habido gente que no hace demasiado caso a los que dice el Dr. Bloch, incluso historiadores, pero yo creo que es muy relevante y más viniendo de quien racialmente viene.
    Es evidente que es una historia que puede tener cierta subjetividad, pero la esencia es muy interesante y por eso quería compartirla con todos vosotros.
    Saludos, Felipe Botaya

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