La campaña de Noruega es una de las acciones militares de la II Guerra Mundial que considero más interesantes. He escrito sobre ello en este mismo blog y he dejado claro lo que pienso de la misma: fue una amarga experiencia militar para los británicos y franceses. También tuve la suerte de conocer a un republicano español, Antonio Jimenez que había luchado junto a "El Campesino" en la Guerra Civil, y que participó en el asalto aliado a Narvik bajo bandera francesa. Él me explicó de primera mano su visión como soldado y fue un desastre del que salió vivo y pudo escapar sin caer prisionero. Siempre estuvo “agradecido” a los británicos y sobre todo a los franceses... después de pasar por las prisiones al aire libre en Argelés sur Mer después de la Guerra Civil Española...
Con ello, me gustaría hablar sobre un libro escrito por John Koszely, titulado “Anatomy of a Campaign: The British Fiasco in Norway” (Anatomía de una Campaña: el Fracaso Británico en Noruega). Siempre he pensado que las campañas que acaban en un fiasco ignominioso se olvidan rápidamente. Sin embargo, también pienso que se puede aprender mucho de esas campañas o batallas, en comparación con las que son un éxito. Por ello, la campaña de Noruega contiene lecciones muy interesantes que nos desmenuza el amigo Koszely en su libro.
Repasemos la campaña. En la Primavera de 1940, los británicos, con apoyo francés, enviaron una fuerza expedicionaria para expulsar a los alemanes tras el golpe de mano a Dinamarca y Noruega del 9 de Abril en la llamada Operación Weserübung (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Operation_Weser%C3%BCbung). En sólo 8 semanas de combates, los aliados cometieron una serie de errores catastróficos y sufrieron muchísimas bajas. Humillados, la coalición británico-francesa evacuó rápidamente la zona y dejó a los alemanes en Noruegas durante los siguientes 4 años, hasta Mayo de 1945. Esta misión fallida fue pronto “tapada” en ese momento por otra crisis: la invasión alemana sobre Holanda, Bélgica y Francia en Mayo de 1940. Creo que hoy poca gente sabe, fuera de Noruega, sobre la campaña nórdica.
Si analizamos la situación como hace Koszely, una gran parte del desastre aliado ocurrió a nivel táctico. En casi cada batalla, las tropas británicas cuya gran mayoría eran soldados con un entrenamiento a medias, y que se retiraron o fueron sobrepasados por los alemanes. Cientos de soldados cayeron prisioneros durante esos enfrentamientos. Increíblemente, la mayor parte de la infantería británica enviada a la batalla lo hizo sin artillería, morteros, defensa aérea, anti-tanques efectivos e incluso ¡mapas!. El apoyo de ingenieros y logística fue también escaso. La administración fue caótica. Pero como habitualmente, las razones que subyacen para estos errores tácticos pueden dirigirnos a los escalafones superiores. A gran nivel estratégico, la campaña como se planificó desde principios de Diciembre de 1939, era profundamente defectuosa.
Según Koszely, el Primer Ministro del momento, Neville Chamberlain, no era la persona adecuada para dirigir al país en guerra y presidía un gabinete dividido, dominado por uno de sus miembros Winston Churchill, en ese momento Ministro de la Marina. Con demasiada frecuencia, el gabinete falló en la estrategia y su equilibrio entre fines, formas y medios. En vez de ello, las decisiones se basaban en ilusiones y estaban fascinados con temas tácticos. Como miembro del Comité de Coordinación Militar en el comienzo de la campaña, Churchill cometió una serie de errores de juicio y presionó a los jefes del Estado Mayor, generalmente a altas horas de la noche, en reuniones con mucho alcohol a tomar decisiones estúpidas.
En el aspecto militar, los jefes del Estado Mayor británico tenían una comprensión de la estrategia muy superficial y una visión muy simplificada de la situación. Muchos creyeron que su papel constitucional era darle consejo a ministros y luego llevar a cabo los deseos de los mismos. Esta visión no tenía en cuenta la necesidad de aplicar la estrategia de forma continua e iterativa. También fracasaron en entender la necesidad de un debate profundo y siempre aceptando el principio la primacía civil, que daba la dirección formal de la política y que debía ser seguida. Esos jefes del Estado Mayor también rechazaron el señalar los enormes riesgos que tenían sus planes militares. Por contra, raramente se enfrentaban a las ilusiones del gabinete de guerra, sin tener el valor para decirle la verdad al poder. De forma irónica, esos jefes recibían generalmente una excelente información por parte de sus subordinados, la Junta de Planificadores, pero ignoraban o rechazaban el consejo, creyendo que debido al hecho de que ellos eran veteranos conocían mejor las cosas. Esta arrogancia tuvo graves consecuencias.
También tuvieron mucha responsabilidad en dos fallos garrafales. Primero, fracasaron en no dar crédito al servicio de inteligencia que indicaba una invasión alemana. Segundo, fracasaron en estudiar la evolución de cómo hacer la guerra en el OKW (Oberkommando der Wehrmacht), con la mente abierta y sin menospreciar el poder aéreo emergente. En vez de ello y como resultado, el dominio aéreo alemán golpeó duramente a los jefes del Estado Mayor en lo que hoy podríamos decir que fue una revolución en asuntos militares. En el siguiente nivel por debajo, el nivel operativo o el encaje entre la estrategia y táctica, el contraste entre las estructuras alemana y británica y su funcionamiento aún fue más distante. Mientras que Hitler nombró a un teniente general y su cuartel general para diseñar el plan de la campaña y el mando de la misma, en el lado británico no había nada equivalente, había como una especie de aspirador. La gran planificación era responsabilidad de cada servicio ministerial, la Oficina de Guerra, el Almirantazgo y el Ministerio del Aire, con una coordinación deficiente desde un equipo planificador muy pequeño e inadecuado.
Para el ejército esto quería decir en la práctica que la planificación era llevada a cabo por varias ramas diferentes de la Oficina de Guerra, que trataban directamente con el comandante táctico, un mayor general, con un pequeño equipo divisional a casi 300 km en York. Inevitablemente, había grandes brechas en la planificación y preparación, que llevaban a una gestión basada en la improvisación. A pesar de que el Jefe del Equipo General Imperial era directamente responsable de los niveles de preparación de las formaciones que iban a ser desplegadas, no tuvo tiempo para la supervisión necesaria de esa formación de las tropas.
Cuando las tropas fueron desplegadas, la ausencia de intervención a nivel de mando entre la estrategia y la táctica, se hizo aún más crítica. En una campaña de movimientos rápidos y con una pobre comunicación entre las unidades, los que tomaban decisiones en Londres estaban cada vez más alejados con el teatro de operaciones. Sus decisiones eran sobrepasadas por los acontecimientos sobre el terreno. Además, sin una junta operativa, unos mandos desplegados, una coordinación entre los servicios en la zona, por ejemplo apoyo aéreo, los mensajes se enviaban a Londres donde pasaban de un ministerio al otro, con pérdida de tiempo y decisiones erróneas fatales. Y encima, la coordinación con los franceses y los noruegos se vio afectada y empeorada por falta de confianza entre las fuerzas aliadas.
Esta incompetencia a los más altos niveles no hubiese sido tan grave si los británicos hubiesen estado combatiendo en una guerra colonial o aplicando la política imperial en territorios exóticos y lejanos. Desafortunadamente para ellos, en Noruega se enfrentaron a un ejército alemán entrenado, bien equipado y bien dirigido. Como dijo un militar francés en Noruega, “los ingleses han planificado esta campaña al estilo de una acción de castigo contra los Zulús, pero infelizmente nosotros y los británicos estamos en la posición de los Zulús”...
Esta campaña es un ejemplo de libro de como no planificar y dirigir una operación militar. Los aliados recibieron lecciones sin fin en manos de los alemanes. Y siguen siendo relevantes en la actualidad. Además, un estudio de esta campaña ofrece una mejor comprensión de las campañas en general y su gestión en particular. Como nos dice acertadamente John Koszely, el fiasco británico en Noruega en 1940, podía haber sido solo un cuento lamentable, pero también fue un cuento preventivo.
Muy interesante su artículo señor Botaya. Toca un tema muy desconocido para muchos y apasionante. Gracias.
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