domingo, 1 de noviembre de 2020


MUNICH 1938

En este pasado mes de Septiembre se cumplió el 82 aniversario del vuelo del Primer Ministro británico Neville Chamberlain a Alemania para reunirse con Hitler en hasta tres ocasiones. El 30 de septiembre acordaron, con Italia y Francia, que la región de los Sudetes, de habla alemana en Checoslovaquia, fuese cedida a Alemania. Desde entonces, hablar del Pacto de Munich se ha usado para indicar o dar ejemplo, de una maldición política. Pero, como siempre, la historia de ese pacto está muy lejos de que lo siempre se ha dicho. De forma continua, “Munich” ha sido incomprendido y malinterpretado, con consecuencias desastrosas.

Al margen de las consecuencias de Munich, todas esas invocaciones a ese pacto sirven para reescribir la historia, algo a lo que están muy dadas las democracias europeas. Chamberlain fue un líder democrático que sabía que su pueblo, lógicamente, no quería la guerra en 1938, sólo 20 años después de la terrible I Guerra Mundial y en la cual murieron  más de seiscientos mil soldados ingleses y más de un millón seiscientos mil fueron heridos de diversa consideración. No era un buen recuerdo.

A pesar de ello, Chamberlain no estaba solo en el pensamiento de que no quería llevar a cabo una queja o buscar problemas con Alemania. Y la población de los Sudetes no deseaba estar bajo la égida de Checoslovaquia. Si bien era cierto que el resentimiento alemán por el infame y esclavizante Tratado de Versalles llevó a Hitler democráticamente al poder, hay otra verdad incómoda: entre las dos guerras, los liberales americanos y británicos creían sin fisuras que los asentamientos territoriales post 1918, habían sido absolutamente injustos. 

El líder y comentarista de izquierdas inglés H.N. Brailsford, especialista en asuntos internacionales, escribió en 1920 que de todo el diseño fronterizo del Tratado de Versalles “la peor ofensa fue la sumisión de tres millones de alemanes al gobierno checo”. La experiencia parecía mostrar que el nacionalismo era la gran fuerza del momento y que necesitaba ser apaciguada, una palabra usada por vez primera debemos recordar, por aquellos que abogaban hacerlo.

Churchill denunció el Pacto de Munich en un discurso altivo “Ese es solamente el primer sorbo, la primera prueba amarga de una copa amarga que será entregada a nosotros año tras año, excepto que por una recuperación suprema de salud moral y vigor marcial, nos levantemos de nuevo y tomemos nuestro lugar por la libertad como en los viejos tiempos”. Pero él hablaba como alguien despreocupado por cualquier simpatía por la autodeterminación nacional, pero no hay duda de que era un gran orador… 

Sin embargo y a pesar de las heroicas palabras de Churchill tras el pacto, no podemos obviar que el acuerdo de Munich fue aprobado y debidamente firmado el 30 de Septiembre de 1938, por los presidentes y primeros ministros de Francia (Éduard Daladier), Alemania (Adolf Hitler), Italia (Benito Mussolini) e Inglaterra (Arthur Neville Chamberlain), tras la solución acordada entre todos para dar solución definitivamente a la crisis de los Sudetes y el interés real de esa población alemana de integrarse en el III Reich. 

No fue un capricho de Hitler que forzó por la fuerza. Checoslovaquia era un país que no existía y que fue creado en Versalles en 1919. Había sido una región perteneciente al desaparecido Imperio Austrohúngaro tras la Gran Guerra y los Sudetes y otras zonas habían sido Alemania.

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