EL FINAL DE LA I GUERRA MUNDIAL (1)

Ha sido fantástico ver a los líderes mundiales en Francia celebrar el final de la I Guerra Mundial, esa que iba acabar con todas las guerras... Gente que sólo desea la destrucción de la cultura europea a través de una guerra silenciosa contra todo lo nuestro. E incluso cómico viendo al presidente Sanchez con su insignia pacifista en la solapa, cuando España no participó directamente en esa guerra terrible. ¿Qué hacía allí Sanchez con su mujer, qué pintaban en todo eso? ¿Por qué estaba el primer ministro de Israel? Y la traca final fue una negra cantando delante de esos líderes, cuando fue una cuestión de europeos, no de negros. Dudo que en el Congo saliese un blanco a cantar sobre un conflicto entre negros de hace 100 años.

Murieron 17 millones de personas, en su mayoría militares y vale la pena culpar a los políticos, oficiales y generales incompetentes que provocaron esa masacre de la mejor sangre europea. Y todo para acabar con el imperio Austro-Húngaro y arrebatar al imperio Otomano territorios para formar un país concreto en Oriente Medio. Fue una guerra estúpida, mal calculada, mal gestionada y culpando a quien no la inició, que pagó con creces ese “acusación” perfectamente calculada. Pero quienes la iniciaron sabían muy bien el “por qué” sin importar el daño y dolor que causaría y los cambios que debían producirse necesariamente en el viejo suelo europeo.
 

Sabéis que siempre he dicho que tanto la I como la II Guerra Mundial fue una forma de guerra civil europea, con un entreacto desde el final de la primera al inicio de la segunda. Europa ya no sería jamás lo que fue y lo que representó en el mundo. Y en eso estamos actualmente. La I guerra mundial y sus pestilentes trincheras y alambradas acabaron con esa Europa que supo construir el mundo hasta ese momento. Y eso es lo que están destruyendo a marchas forzadas. Puedo oír los gritos de esos soldados muriendo en Verdún y siendo segados oleada tras oleada por las ametralladoras..., pero ¿a quien le importa en realidad?
 

Si me olvido de los cantos patrióticos de los políticos en esta infame ceremonia que cito al principio sobre la gloria de la matanza, la I Guerra Mundial fue perfectamente evitable. Al contrario de la propaganda que todavía nubla la visión histórica objetiva de todo aquello y como he dicho más arriba, esa guerra no fue iniciada por la Alemania Imperial. El profesor Christian Clark lo dice en su excelente libro “The Sleepwalkers” (los Sonámbulos), explicándonos como los militares y políticos franceses e ingleses conspiraron para transformar el asesinato en Sarajevo del archiduque austro-húngaro, en un conflicto a nivel continental europeo. Francia buscaba la venganza por su derrota ante Alemania en 1870 en la guerra Franco-Prusiana, donde perdió Alsacia y Lorena.
 

Y los ingleses, por su parte, temían la competencia comercial y naval alemana. No olvidemos que en aquel momento el Imperio Británico controlaba un cuarto de la superficie terrestre. Italia pretendía conquistar el Tirol del sur de Austria. Turquía temía el deseo ruso sobre los estrechos y austria-hungría temía la expansión rusa. Y el profesor Clark nos muestra sin lugar a la duda como Francia e Inglaterra manipularon a una Alemania débilmente dirigida hacia la guerra. Los alemanes estaban asustados por poder ser aplastados por dos poderes hostiles. Cuanto más esperaron a actuar peor les fue y le dio tiempo a sus enemigos. Y, de forma trágica, Alemania en aquel entonces era el país líder en justicia social. Inglaterra agitó el frasco, determinada a acabar con Alemania en el campo comercial y colonial. El camino hacia la guerra ya fue imparable y todos pensaron que la guerra sería corta y decisiva.
 

Pocos entendieron entonces los horrores de la guerra moderna que la guerra ruso-japonesa de 1904, ya había mostrado sobradamente. Y tampoco supieron ver como la desaparición de los antiguos imperios Otomano y Austro-Húngaro enviaría a Europa y a Oriente Medio a un torbellino peligroso que aún existe hoy. O cómo un revolucionario llamado Lenín acabaría con el Imperio Ruso y convertiría a ese desdichado país en un monstruoso estado asesino. La I Guerra Mundial fue todavía peor ya que en 1917 USA entró en el conflicto, cuando el presidente W. Wilson, llevado por su ansia de poder y prestigio, llevó a su país a la guerra que negó continuamente. Un millón de hombres, la hambruna causada por el bloqueo británico y la traición interna llevaron a la rendición alemana. El resto es historia, pero el daño intolerable que aplicaron sobre Alemania a través de su infame Tratado de Versalles, llevó a la II Guerra Mundial sin duda alguna y la aparición de líderes políticos como Hitler y Stalin, que en otras circunstancias quizás no hubiesen aparecido.
 

Por ello, yo me pregunto ¿qué hemos de celebrar este 11/11 a las 11 horas? (curiosa numerología...). El periodista británico Norman Angell ha publicado un libro bajo el título “The Great Illusion” y donde nos dice que una guerra europea era algo que nadie podía creer en aquel momento. El libre comercio, como decían los liberales del siglo XIX William Cobden y John Bright, ayudaría a asegurar que las naciones cooperarían entre ellas y enterrarían las hostilidades por la prosperidad de todos. En términos actuales se podría decir que las diferencias entre naciones deberían ser arbitradas por una corte mundial. Según Angell, la interdependencia y la globalización de las naciones aseguraría un idílico futuro.

Nunca pasó algo así. En vez de ello, los cañones de Julio/Agosto de 1914, crearon un baño de sangre que fueron acabando una por una con casi todas las monarquías del continente. Los Romanofs asesinados. El Kaiser Guillermo II escapó a Holanda. El emperador austríaco Franz Joseph Karl y su consorte Zita se exiliaron Funchal, en Madeira. Y mientras que la monarquía británica permanecía intacta, sus aspiraciones imperiales se acabaron.

Tan pronto como terminaron las hostilidades, una nueva batalla empezó rápidamente: la responsabilidad de la guerra. Siempre me ha parecido inconcebible (y arriba ya adelanto algo de esto) que una destrucción como la I Guerra Mundial, se hubiese originado únicamente con el asesinato del archiduque austríaco y su mujer en Sarajevo el 28 de Junio de 1914. La culpa por parte de los vencedores recayó en Alemania, y así aparece en el artículo 231 del Tratado de Versalles de 1919. Sobre esta cuestión, el Primer Ministro Británico David Lloyd George, dijo que “quería exprimir a Alemania hasta que no quedase nada...”. Pero ya en 1920 los aliados comenzaron a sentirse culpables sobre dicho tratado y hasta el economista John Maynard Keynes lo calificó como “la paz cartaginesa”. El tratado permitía a los alemanes verse sí mismos como víctimas, con lo que activó un sentimiento nacionalista que aupó a Hitler al poder.

Y en los USA el resultado de la guerra les condujo a un aislacionismo. El senador Gerald Nye se dirigió a los fabricantes de armas y munición diciéndoles que los “mercaderes de la muerte” habían llevado a los USA a la guerra. También el crítico y ensayista Harold Stearns expresó su desesperación sobre los resultados de la guerra en un libro titulado “Liberalism in America” el cual recomiendo a los estudiosos. De forma rápida, presidente Woodrow Wilson prometió la guerra para acabar con todas las guerras, una cruzada para implantar la democracia en el extranjero, y que se le volvió contra él. En 1919, Wilson suplicó para que los USA entrasen en la Liga de Naciones (la pre-ONU). Su intransigente rechazo a comprometerse con los términos de la Liga, quería decir que estaba sobrepasado por el astuto senador Henry Cabot Lodge, que dirigía una facción llamada “Los Irreconciliables”.
 

Esta facción se centraba en el Artículo 10 del tratado, que contenía un epígrafe específico: “la defensa de un miembro que haya sufrido una agresión externa”. Lodge decía que ese Artículo 10 era intolerable porque subordinaba al ejército USA a una organización internacional, algo no negociable para él y otros republicanos. También se oponía a admitir más inmigración. Y añadía “No puedo ser jamás otra cosa que norteamericano y debo pensar primero en los Estados Unidos y cuando pienso en los Estados Unidos primero en un acuerdo como este, estoy pensando en lo mejor para el mundo”.