sábado, 19 de septiembre de 2015

WINSTON CHURCHILL JUGADOR DE RIESGO (1)


A veces los supuestos grandes hombres de la historia tiene su propia historia detrás, que de saberse a tiempo hubiese cambiado totalmente el papel de esos “prohombres”. Por mi trabajo, he conocido a todo tipo de directivos y profesionales en empresa y si algo tengo claro es que aquel que no es serio en su vida privada, no lo es tampoco en su vida profesional.

No trato de hacer un alegato de alta espiritualidad personal, ni soy quién para dar lecciones a nadie ya que la misericordia empieza por uno mismo, pero es importantísimo conocer la vida privada de los líderes y empresarios y entender en manos de quién ponemos nuestras vidas y futuro. Alguien que es alcohólico o jugador tarde o temprano esa vida le supera y marca la vida pública y sus decisiones, para desazón de los ciudadanos bajo su mando. Alguno me dirá que cada cual puede hacer lo que quiera con su vida, cierto, pero no cuando eres un hombre de estado, rey o alguien que recibe nuestro dinero y se supone que nos representa.
 
Sabéis de mi poco aprecio por Churchill y la extraordinaria fama de la que disfruta entre los iletrados o gente que sólo ven películas de factura hollywoodense. Ha aparecido en el diario británico “Mail Online” un artículo que habla sobre la vida de Churchill tras las bambalinas y el soporte financiero que recibió de misteriosos donantes...

Reconozco que lo que dice el artículo es brutal para alguien tan encumbrado y heróico como el británico. La frase que escribió a su hermano Jack cuando tenía 23 años, es muy significativa del pelaje que tenía el amigo Churchill. “La única cosa que me preocupa en la vida es el dinero” añadiendo “Unos gustos extravagantes, un estilo de vida caro, pocos o nulos ingresos, son las fértiles fuentes de problemas”. Y realmente así era.

Las supuestas cualidades que hicieron a Churchill un líder durante la guerra, estuvieron a punto de acabar con él en numerosas ocasiones durante su vida. Era un maníaco del optimismo y del riesgo que le catapultaron de forma repetitiva a una deuda económica colosal. Durante los años 30, cuando era un hombre casado con cuatro hijos y debiendo más de 2,5 millones de libras al cambio actual, seguía jugando de forma impulsivamente durante sus vacaciones anuales en el sur de Francia, hasta el punto que tiró a la basura en los casinos hasta 40.000 libras cada año. De las once veces que se sabe que fue, sólo en una ocasión volvió con algo de dinero ganado en el juego. Yo no conozco a nadie hasta este nivel de dependencia, aunque no dudo que los haya.

Para cualquier biógrafo de este personaje, una de las características más cómodas del mismo es que todo lo que tiene que ver con bancos, facturas, datos de inversiones y demandas y juego apenas interesa y todo se centra en la II Guerra Mundial. Con ello, una parte fundamental de Churchill desaparece por arte de magia y solo queda esa imagen poética. Es evidente que tiene períodos muy bien documentados en los que aparece ansiedad y depresión y que él solucionaba por la vía del juego, la bebida e inversiones de alto riesgo con dinero prestado y que parecían darle un “subidón” en su auto-estima. Como resultado de esa forma de ser, dejó tras sí malas inversiones que requirieron numerosos rescates de sus amigos, familia y admiradores.
 
Y sólo por la improbable intervención de Dios, Churchill no estuvo en bancarrota en 1940 en vez de ser Primer Ministro. En pleno 1941 con la guerra en pleno apogeo, un benefactor secreto le mandó dos cheques de más de un millón de libras, para saldar las deudas del británico... ¿Quién sería ese ángel de la guardia?. Sus intentos incluso creativos para evitar pagar impuestos, hoy hubiesen representado un escándalo en Inglaterra que no hubiese podido superar. También perdió mucho dinero según explicaba a sus amigos por la crisis de 1929, hasta 500.000 libras al cambio actual.
 
Sus problemas empezaron cuando se embarcó a los USA en un viaje de promoción de su libro sobre la I Guerra Mundial “The World Crisis”. Le acompañaban su hermano Jack y su hijo Randolph. Viajó a través de Canadá en un tren privado, durmiendo en una cama doble y baño privado. Escribió a su mujer Clemmie “Hay un salón muy bonito al final del vagón y una gran sala  que utilizo como despacho. El tren tiene una excelente instalación sin cables, neveras, ventiladores, etc.” Rodeado de esas maravillas modernas, Churchill comenzó a jugar de nuevo con acciones y productos. Se intoxicó por las fáciles oportunidades canadienses de hacer dinero, especialmente en petróleo y gas. Llevado por la fiebre de la inversión, cuando llegó a las praderas USA, telegrafió a su editor para pedirle un anticipo de sus royalties, gastándoselo sin perder el tiempo. Le dijo a su esposa el dinero que había ganado en Montreal con la venta de su libro, unas 600 copias, y que casualmente había “ encontrado un pequeño capital”, con el cual “él esperaba hacer una inversiones de éxito”.
 
Invirtió decenas de miles de dólares en petróleo y acciones en bolsa, asegurando a sus banqueros que “no espero mantener estas acciones más que unas pocas semanas”. En los USA estuvo con el magnate William Randolph Hearst y y compró acciones de eléctricas y gas, antes de partir a California donde participó en fiestas nocturnas con la élite de Hollywood y visitó los estudios. Tras una comida con Charles Chaplin en el set de su última película “Luces de la Ciudad”, Churchill embarcó en el yate de Hearst y escribió a su mujer que había invertido 50.000 libras al cambio en unas acciones de una empresa de muebles llamada Simmons. “No puedes equivocarte en un colchón Simmons” decía.
 
La espiral de compras e inversiones e Churchill estaba fuera de control. Todo lo que conseguía lo invertía en la bolsa USA y en negocios que iban desde fundiciones hasta grandes almacenes. Sus agentes en bolsa le enviaron avisos por telegrama “mercado pesado. Liquidar es cada vez más urgente. Esperamos su llamada telefónica. Su banco sigue perdiendo oro y hay rumores de un incremento de la tasa bancaria”. Churchill ignoró todo esto. En cuatro días compró y vendió 420.000 dólares en acciones o lo que es igual, 4 millones de libras esterlinas al cambio actual. Era como una droga para él. Le dijo a su mujer “En cualquier hotel hay una bolsa. Puedes ir y sentarte y ver las cifras que van apareciendo y cambiando cada pocos minutos”. El “crash” era inevitable. A la apertura de la Bolsa de Nueva York del Jueves, 24 de Octubre de 1929, los precios bajaron un promedio del 11%.
 
Churchill siguió comprando, confiado en recuperar sus pérdidas, hasta el momento en que embarcó en un transatlántico para regresar a Inglaterra. En el momento que llegó a Chartwell, su casa en Kent, había perdido 750.000 libras al cambio de hoy. Pero en vez de bajar a la realidad, trató de recuperar lo perdido y en seis meses había perdido otras 350.000 libras. Sus esfuerzos por encontrar solvencia se hicieron desesperados. Pidió dinero en cualquier lugar, hermano, su banco, sus agentes de bolsa, y sus editores de presa y libros. Preparó otro tour por los USA e incluso obtuvo un seguro de cancelación y luego utilizó las elecciones generales de 1931 como excusa, para posponer el tour reclamando sus 250.000 libras al cambio de hoy, como indemnización. Tras las elecciones se fue a los USA, pero en su situación, todo se convirtió en un desastre.
 
Tenía una cita con un socio empresario en Nueva York y cogió un taxi. Pero en su alocada  carrera olvidó la dirección de esa persona. Tras más de una hora dando vueltas sin resultado, salió del taxi y fue atropellado por un coche. Incluso esto fue utilizado para obtener más dinero. Escribió un artículo sobre el accidente, con un seguro de 30.000 libras al cambio, y luego reclamó un seguro de asistencia médica basándose en que estaba totalmente impedido. Cuando los suscriptores se quejaron de que aún podía obtener dinero con el periodismo, su agente dijo que Churchill no podía escribir de forma física y que el artículo había sido dictado a una secretaria. Los aseguradores pagaron...

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